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Capitolio de Estados UnidosEFE

Brooklyn vs. Manhattan

«Los republicanos necesitan remangarse la camisa, encontrar a alguien que no emane elitismo de cada poro… Es Brooklyn vs. Manhattan… Y para ganar, hay que adoptar el modelo de Brooklyn», Richard Epstein dixit

Los «americanos» hemos vuelto a casa tras una semana que realmente es la vacación estadounidense por excelencia: el Día de Acción de Gracias

El evento fomenta largas comidas y conversaciones sobre la actualidad, que, en nuestro caso, con comensales de ambos lados, suelen versar sobre la historia y actualidad de las dos naciones. A modo de resumen, nuestros comensales americanos, mientras disfrutaban de nuestras tradiciones culinarias, aceptaban de buen grado evitar al gangoso pájaro local (pavo) a cambio de una pata de cerdo y, cuando estaban adecuadamente empapados de Rioja, procedían a cuestionarnos sobre el sombrío presente político de nuestro país. Mucha historia y mucha berza, pero nuestro país hoy en día lo ven como la punta de lanza de una ideología trasnochada en el mundo occidental. No se explican cómo muchos españoles siguen «comprando» modelos económicos y políticos que han sido probados como fracasos en todos los países donde han sido implementados.

La explicación no es fácil. Hay que hablar de los elementos disgregadores, como los racismos internos (a.k.a nacionalismos), unas leyes electorales que priman el tribalismo, y una izquierda que ha abdicado cualquier pretensión de defensa del indefenso a cambio de cuotas de poder. Pero lo inexplicable para mi es cuando se combina esto con la profunda inutilidad de los que están en frente. Eran pocos y pario la abuela. Se pelean cual colegiales. Pero sobre todo, tras 40 años de democracia, parece que todavía no entienden que su negocio se trata de convencer a sus conciudadanos de sus ideas, para luego poder implementarlas. Ante un poder, ejercido por personas con apenas educación para ser conserjes (perdón a los conserjes por la comparación), el resultado neto es un panorama desolador. Aún así, las encuestas dan la posibilidad de que los iletrados vuelvan a ganar. Como dicen mis contertulios de Thanksgiving: «Are you guys stupid?»

Richard Epstein, el gran ideólogo libertario del siglo XX, dijo recientemente: «Lo que los republicanos necesitan es remangarse la camisa y encontrar a alguien que no emane elitismo de cada poro… Es Brooklyn vs. Manhattan... Y para ganar, hay que adoptar el modelo de Brooklyn».  En España, creo, el dilema es similar. Veo las listas de los partidos políticos, y encuentro, de un lado, una pandilla de analfabetos funcionales pero con labia para convencer a las masas; del otro lado, grandes opositores de todo que, al hablar, duermen hasta a sus hijos a la hora de desayunar. Pero en cuanto salen a la calle, no son capaces de convencer ni a un náufrago de que les acepte el regalo de un salvavidas. ¿Por qué? Porque la política requiere algo que en Estados Unidos se asumió hace tiempo. Saber llegar a la gente. Ya habrá tiempo de rodearse de doctores de la iglesia, más doctos que uno en todo, para dirigir un gabinete de sabios. Pero para hacer eso hay que llegar. Y solo se llega convenciendo. Y solo se convence, hablando el mismo idioma que la gente entiende. Y si no te gusta el negocio, ¡dedícate a otra cosa!

Olvidamos que la gran victoria contra el imbatible telón de acero lo lideraron un actor «tonto», una ama de casa y un cura polaco. Me pregunto, porque, cuando se trata de política, y por tanto de vender ideas, en la derecha española, en cuanto surge un candidato que las sabe vender, nos dedicamos a menospreciarlos por el mero hecho de que no tiene 26 oposiciones… ¡Así nos va!