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Yolanda Díaz, otro globo inflado

Una vez más asistimos a una burbuja mediática alrededor de una política que todavía no ha empatado con nadie

Iglesias, Rosa Díez, Rivera, Cayetana, Manuela Carmena, Arrimadas… Grandes promesas que tras un despegue fulgurante aterrizaron empujadas por la implacable ley de la gravedad de las urnas. El penúltimo globo mediático de la política española se llama Yolanda Díaz Pérez, ferrolana de 50 años, casada y madre de una hija, militante –¡todavía!– del anacrónico Partido Comunista.

Díaz era una abogada laboralista espabilada, hija de un jerarca clásico del sindicalismo gallego, y acabó metiéndose en política. El respetable público de su tierra jamás la secundó en las urnas. Intentó ser alcaldesa de Ferrol y pinchó. Compitió para presidenta de la Xunta por Izquierda Unida y logró un resultado histórico: cero escaños en las elecciones de 2005 y 2009. Visto que en solitario no rascaba pelota, de cara a las siguientes autonómicas se alió con Beiras, estrafalario y veterano líder nacionalista, coalición con la que por fin logró una nómina en el Parlamento gallego. Acabaron mal, con Beiras tachándola de traidora.

Para flotar, Yolanda continuó cambiando de chaqueta, porque sabía que Izquierda Unida no vendía un peine en Galicia. Su siguiente amalgama fue con el movimiento de la Marea nacionalista, aliada por entonces también con Podemos. Sumergida en ese cóctel de marcas varias del populismo neocomunista acabó de diputada en Madrid, sin haber hecho nada mínimamente relevante hasta entonces en su carrera política. No había gestionado ni un club de fútbol sala. Pero como el nivel político podemita era tan ínfimo, cuando se formó el Gobierno de coalición de Iglesias y Sánchez le sonó la flauta y acabó de ministra de Trabajo. ¿Y qué tal lo ha hecho? Pues vaya... Los servicios del Ministerio han permanecido atascados, porque a estos ministros populistas les gusta más charlotear que gestionar. Además pretende cepillarse la legislación laboral del PP al tiempo que alardea de los recientes datos de paro, una incongruencia, pues se deben en gran medida precisamente al plus de flexibilidad que incorporó aquella reforma que ella denuesta.

Pero Yolanda Díaz goza de algunas cualidades que le otorgan un plus en el erial de Podemos. De entrada, cuenta con un fontanero inteligente y con ojo (el exsindicalista Manolo Lago, que la guía astutamente). Es una oradora cursi, pero que a su modo sabe llegar al público. Está dispuesta a dejar tirado a quien sea con tal de seguir trepando. Y por último, explota bien su condición de mujer, aunque de un modo que no encaja exactamente con la idea clásica que teníamos del feminismo y el comunismo: ha convertido sus comparecencias en una inesperada pasarela de moda y las presentaciones de su plataforma electoral de mujeres se desarrollan en plan chachi-pandi de izquierda guay, con un contenido intelectual de progresismo teletubbie (clichés sobados del populismo zurdo, uno tras otro).

Le pido un retrato telegráfico a un buen amigo ferrolano que la conoce de toda la vida: «Es extraordinariamente lista. Y en su ámbito privado igual es buena persona. Pero en política vende a todos los que pasan a su lado. A todos. Sin pestañear. Quiere ser presidenta del Gobierno… pero acabará en el PSOE».

Yolanda es el enésimo globo inflado de la política española. Se habla de ella porque esto va muy rápido, el público se aburre enseguida y los periodistas necesitamos nuevos personajes para hacer lo que más nos gusta: especular. Pero una cosa son las burbujas mediáticas y posar con traje de cuero en la revistilla de moda de un periódico de centroderecha, y otra es que el gran público te vote. Su recital de navajeo político de esta semana, desmarcándose de la gestión de la covid de un Gobierno del que ella misma formaba parte, retrata su trasfondo táctico y moral. No se preocupen por Yolanda Díaz. El problema de España es otro: el pacto de Sánchez y Junqueras (con Otegi aplaudiendo al fondo).