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El culto lapidador de Vilavenut

Hay que saber reconocer las carencias culturales. Entre las muchas que me atribulan, destaca el desconocimiento de la actual literatura catalana. Para mí, el más actual de todos, al que leo y releo sin descanso, es Josep Pla. He leído a Espriú y creo que está inmerso en la sobredimensión localista. Guardo un buen recuerdo personal del gerundés José María Gironella, y del mallorquín catalanista Baltasar Porcel, con quien compartí, junto a Fernando Sánchez Dragó la labor de conferenciante en la Ruta Quetzal –en aquellos años «Aventura 92»–, mientras navegábamos a las órdenes de Miguel De la Quadra-Salcedo por el Orinoco hasta Ciudad Bolívar y por el Amazonas hasta Manaos, en el Río Negro. Y no he conocido mejor editor-escritor que Rafael Borrás Betriú, en mis mejores años de autor de «Planeta», en vida del malogrado Fernando Lara. Hablar a trescientos jóvenes de los poetas de nuestro Siglo de Oro, mientras a babor y estribor resplandecía la selva del Orinoco, ha constituido uno de mis mayores privilegios. 

Del intelectual y escritor catalán que nada he sabido hasta ahora es de Jaume Fábrega i Colom, historiador, gastrónomo, profesor de la Universidad Autónoma de Barcelona y aspirante a apedrear a las familias de los niños que exijan para sus hijos el cumplimiento de la obligatoriedad de recibir el 25 % de las clases en español. Es decir, que el tal Jaume Fábrega, además de escritor, gastrónomo, y profesor universitario, es un nazi, un «camisa parda» con el que hay que guardar acusados recelos de cercanía.

He consultado a vuelamirada su obra. Hay un dato que se me antoja fundamental. Nació en Vilavenut, Pla de Estany, más de setenta años atrás. Siempre me he sentido atraído por los escritores de Vilavenut, pero hasta la fecha no había reparado en Fábrega i Colom. Vilavenut tiene algo especial, como Madrid, Sevilla, Salamanca o Ávila. El donaire, eso tan complicado de encontrar si no se nace con ello. Leyendo El Canto Espiritual de Juan de Yepes, San Juan de la Cruz, por primera vez en mi vida asesorado por mi maestro Santiago Amón, intuí que tanta belleza poética y mística reunida sólo podría ascenderla hasta las nubes un poeta de Vilavenut. Gran decepción cuando comprobé que era natural de Fontiveros, Ávila, y no de Vilavenut. Notable desvanecimiento.

Leo que ha escrito sesenta libros, y que su apodo, precioso apodo, por cierto, es «Cucurull de la Cuina». Entre sus logros, el de demostrar que la cocina catalana era maravillosa antes de que Cataluña fuera invadida por España en 1714. Aquí me permito una aclaración. En 1714 Cataluña era España, y en 1614 también, igual que en 1514. España no pudo invadir España, del mismo modo que Vilavenut no puede ser invadido por Vilavenut. 

En 1714 sucedió que se montó el tiberio con una guerra monárquica. Los partidarios de Felipe V –que fue un gran Rey–, y los del Archiduque Carlos, fueron vencidos en Barcelona por las tropas borbónicas y el asedio por mar, en una de cuyas naves fue mutilado por tercera vez el gran marino guipuzcoano Blas de Lezo. Pero no fue España la que venció a Cataluña, porque Cataluña era España como Valladolid, Valencia, La Coruña y Santander. Y entre otras cosas escribe también de la manera de vestir: «En 1714 la gente en Cataluña vestía con ropa de colores, mientras que en «Espanya» iban de negro». Su más grande descubrimiento es porcino. «El cerdo ibérico es el 'porc catalá'».

Pero lo que duele en un intelectual de esa dimensión, es su afán de apedrear a las familias que desean estudiar en Cataluña con un 25 % de las clases en español. Apedrear a las familias y a los niños. Y eso no está bien, y menos siendo de Vilavenut. Ese deseo es propio de un salvaje, de un nazi desmedido y de un aldeano con mucho odio incrustado en su complejo de inferioridad.

Lo siento por Vilavenut, cuna de tan inconmensurable e imbécil lapidador.