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Personas tiradas en la calle

¿Dónde está el «escudo social» para los 30.000 vagabundos que duermen en España en aceras y portales?

Knightsbridge, el exclusivo barrio de Londres donde se encuentran Harrods y el hotel Mandarín Oriental, está tomado por árabes ricos. Como bandadas de pájaros en la migración estacional, llegan allí en oleadas para tomar el fresco cuando el calor achicharra sus países. Junto a los magnates rusos han copado las mejores propiedades inmobiliarias de la zona, de precios imposibles. En las noches de verano hacen pasadas rápidas con sus coches deportivos, prohibitivos, horteras, de diseño futurista y colores chillones. Se pasean por la avenida con ropa engalanada de etiquetas ultra chic, a veces secundados por sus mujeres, enlutadas y embozadas como en el Medievo y dos pasos detrás de ellos. Pero en esa milla de oro del lujo universal hay otra realidad: mendigos sin hogar que duermen en cartones sobre las aceras. El mundo del dinero absoluto y la miseria total se rozan, pero ni se miran. Lo mismo ocurre en la vecina Chelsea, donde un día me sentí un frívolo tontolaba al salir de un restaurante de mucha moda y muchas flores en la fachada para toparme de frente con cuatro homeless, hombres y mujeres, de vino de cartón, can flaco y mirada derrotada. Son abismos que no deberían existir. En las sociedades opulentas nadie tendría que verse abocado a dormir en la calle, a carecer de un techo.

En Madrid veo lo mismo. Cada mañana, caminando hacia el trabajo, observo en algunos portales montículos de plásticos y cartones, bajo los que se arrebujan vagabundos que han pasado a la intemperie la noche helada de comienzos de diciembre. En España se calcula que hay 30.000 personas sin hogar. No son ni peores ni mejores que quienes llevamos vidas aparentemente estables. Unos mantenían unas existencias regladas y los arrojó a la calle una ruptura familiar, o una depresión severa. O el alcoholismo, las drogas, la ludopatía, las deudas… Otros son inmigrantes engañados por el gran logo de que Europa sería su Xanadú, que se han encontrado que sin papeles ni dominio del idioma solo les queda la acera o la mafia de los manteros. Hay también desahuciados, corazones rotos, o personas que simplemente se dejaron caer poco a poco.

¿Qué les ofrece a todos ellos el gran «escudo social» de la izquierda que nos gobierna y sermonea, esa que se ha pulido un millón de euros en un proyecto de café «resiliente, feminista, empoderado y socioecológico» en Etiopía? La pobreza urgente y próxima no está en su agenda. De los sin techo sí se ocupa Cáritas, la caridad católica, con su campaña «Nadie sin hogar». Ellos, que trabajan a diario para los que viven a nuestro lado y no tienen nada, lo ven claro: las personas sin hogar «están perdidas en un sistema de protección social que no protege».

¿Podemos sentirnos bien, disfrutar plenamente de nuestras extraordinarias ciudades, cuando ahí al lado tenemos a otros seres humanos viviendo en tan penosas condiciones? Un país de gente generosa, como es España, tendría que sacudirse la costra de indiferencia ante las personas que duermen en la calle. Y no solo debería ocuparse de este problema una izquierda que presume de social. Ayuso y Almeida también deben espabilar (a Ada Colau ni la cito, porque nada cabe esperar de un abismo de la infragestión). Una metrópoli con la potencia de Madrid ha de ser capaz de aportar algún tipo de solución para las 1.600 personas que cada día reposan sobre un cartón, la mugre de las aceras y el frío del cemento. «Digamos basta. Nadie sin hogar», clama un lema Cáritas. Y tienen razón. Qué reconfortante logro, qué gesto de humanidad y compasión, sería conseguir que nadie pasase esta Navidad tirado la calle. 

Pero este tipo de metas no figuran en la agenda marciana de nuestros políticos, enfrascados muchas veces en la invención de problemas artificiales.