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La Reina olvidada

Es el ostracismo al que se ha mandado a la Reina Sofía un ejemplo claro de la decadencia que vivimos

Adivinanza para Irene Montero: hay una mujer, no nacida en España pero española de corazón y de adopción, que pulveriza las encuestas de apoyo ciudadano cada vez que se pregunta sobre su dimensión histórica, una mujer que respalda las causas de los más desfavorecidos, que ha sido el alma de fundaciones como la de Ayuda contra la Drogadicción, que ha visitado los países más pobres del planeta para defender a las mujeres sin recursos, que enarboló el ecologismo y la causa animalista cuando todavía no se imponía como una nueva y ventajista religión, que no ha perdido un ápice de dignidad a pesar de las embestidas recibidas, una mujer que ha desaparecido de la vida de los españoles porque pertenece a una Familia Real a la que el nuevo régimen solo le permite serlo si disimula que lo es.

A esa mujer a la que nos obligan a no recordar, la vi hace unos días recibir una ovación del público en un acto de la Asociación de Víctimas del Terrorismo, una ovación de las que ya no se oyen en España. O semanas antes, disparar los decibelios de cariño en la entrega de los premios Princesa de Asturias, el reducto institucional al que, ignominiosamente, ha sido confinada. Y entonces pensé en que los tics totalitarios de este Gobierno no solo nos dictan la memoria sino que nos imponen los olvidos. Ella es de las pocas figuras públicas por las que se baten palmas, una con otra, y no en la cara del adversario. En la España de Sánchez, donde la Monarquía debe expiar culpas interesadamente agrandadas con destierros vergonzosos y disfraces plebeyos, todavía la gente agradece, cada vez que la dejan, los servicios prestados por una mujer, nacida princesa griega y hoy madre de nuestro Rey, que ha sido determinante, desde su discreción y buen hacer, en la última historia de éxito de España, sepultada por los adanes que nos gobiernan.

Por si a estas alturas la ministra inclusiva desconoce de quién hablo (ignorancia oceánica nada extraña en una casa donde el macho alfa sentenció que los andaluces habían votado en un referéndum de autodeterminación), le daré un último dato: la real figura histórica a la que aludo ha defendido la Constitución mil veces más que ella que, como ministra, prometió cumplirla y hacerla cumplir.

Es el ostracismo al que se ha mandado a la Reina Sofía un ejemplo claro de la decadencia que vivimos. En países como Noruega, Dinamarca u Holanda, figuras como Sonia, Margarita o Beatriz, algunas consortes y otras que ostentaron u ostentan la jefatura del Estado, son respetadas y veneradas por ser la historia de esas naciones, depositarias de los últimos destellos de las Monarquías parlamentarias que han llenado de prosperidad y democracia los últimos cincuenta años de Europa. Aquí, salvo en contadísimas ocasiones, la presencia pública de Doña Sofía es cada vez más escasa y en muchas ocasiones pasto de crónicas basuriles sobre su atribulado matrimonio.

Al final, los amigos de Pedro Sánchez y la ingratitud de parte de la sociedad, han conseguido lo que pretendían: echar de su patria al Rey que, teniendo los resortes de poder que le donó la dictadura, renunció a ellos para crear una democracia, y, de paso, orillar a la que fuera Reina consorte de España durante 39 años, probablemente la mujer española más valorada por la opinión pública. Porque la opinión publicada, con sobrepeso gracias a las mamandurrias que le regala el Gobierno, la desdeña en el epílogo de su vida, como si solo fuera una extemporánea figura asida siempre al brazo de su hermana Irene.