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Indefensos

Abusar, señalar, asesinar, mutilar o decapitar a un niño, con mayúscula o minúscula, sin nacer o nacido, de carne y hueso o de arcilla, es más que una cobardía. Es un crimen

En el 90 por ciento de los casos, el aborto es un crimen. Un asesinato cuya víctima no tiene ninguna posibilidad de defender su vida. Ciegan su luz cuando no han visto la luz. Muchas mujeres se arrepienten y llevan para siempre el peso de su culpa, ya con el parricidio –aquí la Montero no lo traduce por «marricidio»–, cumplido. Además de una cruel barbaridad, el aborto es un gran negocio que mueve en España centenares de millones de euros.

La imagen de un niño muy especial, la del Niño Jesús, que representa la humildad, el sacrificio, la fe y la esperanza de miles de millones de cristianos repartidos por todo el mundo, tampoco puede defenderse. Es de madera o barro, pero su significado alcanza alturas inabarcables. Es uno, aunque su representación artesana o artística admita todos los materiales, desde la arcilla al oro. Anímicamente, es más arcilla que oro, porque nació en un pesebre, con los fríos calmados por el aliento de una mula y un buey. Nació en Belén de Judá, y quiso asesinarlo Herodes. Una historia muy simple. Nació para morir por todos, por la paz, por la concordia, por el amor. Y todos los años nace, y todos los años muere. En mi casa, en Navidad, está siempre presente, en madera, barro y bronce.

Unos salvajes han mutilado y decapitado al Niño Jesús del Nacimiento del Monasterio de El Escorial. Cinco mil metros cuadrados de Nacimiento y más de cuatrocientas figuras en torno al Milagro, al Misterio. Le han cortado la cabeza y un brazo al Niño Jesús. ¿Por qué y para qué? Para hacer daño. Para herir a todos los que lo tenemos y le rezamos, le cantamos y lo adoramos. No importa que su cabeza y su brazo sean de oro, de plata, de mármol, de madera o de barro. Lo que han decapitado y mutilado los salvajes es el adelanto de la Cruz del Hijo de Dios, de lo que le espera. Y está inmóvil, ahí expuesto, ahí en peligro, ahí con los brazos abiertos y la sonrisa preparada. Le añadirán otra cabeza y otro brazo, y cuando termine la Navidad con la visita de los Reyes Magos al portal de Belén, la Virgen, José y el Niño, serán guardados hasta el siguiente diciembre, porque somos millones los que les esperamos.

Un niño de cinco años ha sido señalado por una poderosa institución, la Generalidad de Cataluña. Sólo señalado, aunque quizá en las cloacas de los supremacistas, que le acusan y marcan, la intención y los deseos sean otros. Los padres de ese niño se han limitado a exigir que se cumplan las leyes. Que en el colegio donde aprende a leer y escribir su hijo de cinco años el 25 por ciento de las clases se den en el idioma de todos, el español. El colegio se ubica en Canet de Mar, y la Generalidad ha ordenado a su portavoz, una joven fea de rostro y de alma llamada Patricia Plaja Pérez, que cumpla la orden vil de señalarlo, juzgarlo y condenarlo. La portavoz de la Generalidad no compareció ante los medios de comunicación con la camisa parda y la esvástica en el antebrazo. La esvástica o la hoz y el martillo, símbolos del odio. Lo hizo con desparpajo indumentario y gestual, segura de su supremacismo, heroína del señalamiento a un niño indefenso de cinco años, al que sus compañeros ya han rechazado.

Abusar, señalar, asesinar, mutilar o decapitar a un niño, con mayúscula o minúscula, sin nacer o nacido, de carne y hueso o de arcilla, es más que una cobardía. Es un crimen.

Y aquí hay tres cuentos tristes para una Navidad.