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Camarada Almudena Grandes

Entre una y otra, antes y después, infinidad de muestras de extremismo, sectarismo y lenguaje violento que dice nuestra izquierda hay que homenajear. Y sin un asomo de duda, de vergüenza, de malestar

Hubo algo más que un ataque a los defensores de la Constitución y un blanqueamiento de separatistas en el discurso de Meritxell Batet el día de la Constitución. Y fue la cita y homenaje final a Almudena Grandes. La Constitución de nuestra democracia «celebrada» por la presidenta del Congreso con la cita de una comunista, una perfecta muestra del problema democrático recurrente de nuestra izquierda. Imaginen si la cita hubiera sido de una escritora fascista. Pero, claro está, tal cosa es inimaginable, mientras que la normalización del totalitarismo comunista está así de fácil e impune en nuestro país.

Y lo de Batet ha sido una más de tantas reivindicaciones y exigencias de homenajes a la comunista que ha hecho la izquierda en los últimos días. Por supuesto, esas exigencias nada tienen que ver con ese eterno e interesante debate sobre ideología y calidad literaria, artística o intelectual, sobre si hay que separar una cosa y otra, y reivindicar al escritor, al artista, al intelectual, a pesar de su ideología. Porque a Almudena Grandes la reivindican no tanto por su calidad literaria, sino precisamente por su ideología, por su defensa del comunismo. Que es lo que le agradeció Enrique Santiago, el secretario general del Partido Comunista, o Pablo Iglesias en el artículo que le dedicó tras su muerte y en el que se despidió con un «Hasta siempre, camarada».

La «camarada» Almudena Grandes escribió este mismo año un artículo de defensa del comunismo titulado Comunismo y libertad. Nada que añadir a tan abierta apología del totalitarismo. Ha sido uno de los dos grandes temas de su extensa trayectoria como columnista. El otro es el de los constantes ataques a la derecha y a sus líderes. Como aquella columna de 2019 en la que llamó peste a PP, C´s y Vox, y pidió a Sánchez que «ni se rozara la ropa con ellos». Tan prolífica ha sido en todo lo anterior que ella fue, por ejemplo, una de mis referencias más citadas en mi libro Desmontando el progresismo de hace unos años. En realidad, ella sola y sus escritos bastarían para todo un libro sobre la auténtica cara del llamado progresismo.

Ese libro debería empezar con una de sus cumbres de degradación moral, no solo ideológica, aquella tristemente famosa columna de 2008 sobre la madre Maravillas, cuya festividad se celebra precisamente hoy, y que conviene recordar ahora que citan a Almudena Grandes como referente de nuestra Constitución: «¿Imaginan el goce que sentiría al caer en manos de una patrulla de milicianos jóvenes, armados y –¡mmm!– sudorosos?». Y podría seguir con aquella otra en la que arremetía contra la Cruz de los Caídos de Callosa de Segura con un lenguaje que habrían envidiado los representantes más fanáticos de la Guerra Civil. Entre una y otra, antes y después, infinidad de muestras de extremismo, sectarismo y lenguaje violento que dice nuestra izquierda hay que homenajear. Y sin un asomo de duda, de vergüenza, de malestar. Al contrario, lo que admiran precisamente de Almudena Grandes es su condición de camarada Almudena Grandes.