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Garzón y la Barbie transgénero

Garzón es la guinda de un proyecto mucho más profundo, peligroso e integral que pretende implantar el canon del «ciudadano perfecto», adaptable al credo ideológico y político de un poder convencido de su superioridad moral y dispuesto a imponerlo por ley

Alberto Garzón ha convocado una huelga de juguetes en plena Navidad, evidenciando su conexión íntima con la agenda de problemas reales de los ciudadanos: es salir a la calle y encontrarte a gente indiferente al precio de la luz o a la asfixiante subida de impuestos en ciernes; pero deseando que de una vez lancen la Barbie bollera; el Kent transgénero o la Nancy no binaria para que el niño juegue con el segundo y la niña con la primera, o al revés, mientras barajan pedirle a los Reyes Magos la vez en el registro civil para poder inscribirse con el sexo sentido.

Imaginar las reuniones de los cerebros privilegiados que rodean a Garzón en su Ministerio de los Andares Bonitos es un ejercicio estimulante, tanto como fabular con los encuentros de Irene Montero con sus Spice Girls ministeriales antes de lanzar cualquiera de sus leyes.

–Ministro, ¿y si convocamos una huelga de juguetes?

–Me gusta, desarrolla la idea.

–Que salga Geyperman diciendo que quiere jugar con las niñas.

–Suena bien, pero mejóramelo.

–Pues lo disfrazamos además de los Village People.

–¡Adelante!

Las risas que provoca el ministro no deben hacernos minusvalorar, sin embargo, el impulso que le mueve: está convencido de que él se preocupa más por nuestros hijos que nosotros mismos, del mismo modo que sabe mejor que nosotros mismos, ya al crecer, lo que debemos comer. O pensar, creer, vestir, soñar o votar.

Es la Policía del Pensamiento de Orwell en 1984, esa que imponía la visión correcta de la vida diseñada por el Partido Interior para garantizar que, en momentos de crisis como el actual, la lucha no fuera contra el problema externo, sino contra el propio cuerpo.

Garzón es la guinda folclórica, ridícula, desovante y mamarracha de un proyecto mucho más profundo, peligroso e integral que pretende implantar el canon del «ciudadano perfecto», adaptable al credo ideológico y político de un poder convencido de su superioridad moral y dispuesto a imponerlo por ley.

«En cierto modo la visión del mundo inventada por el Partido se imponía con excelente éxito a la gente incapaz de comprenderla. Hacía aceptar las violaciones más flagrantes de la realidad porque nadie comprendía del todo la enormidad de lo que se les exigía ni se interesaba lo suficiente por los acontecimientos públicos para darse cuenta de lo que ocurría. Por falta de comprensión, todos eran políticamente sanos y fieles. Sencillamente, se lo tragaban todo y lo que se tragaban no les sentaba mal porque no les dejaba residuos lo mismo que un grano de trigo puede pasar, sin ser digerido y sin hacerle daño, por el cuerpecito de un pájaro».

En la distopía orwelliana, 2+2 llegaron a ser 5. Y todo comenzó por no entender que, cuando Garzón desvaría con los juguetes, Sánchez legisla para que el juguete seas tú.