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Díaz en Roma

No es demasiado coherente su interés personal en viajar al Vaticano con su apoyo a un Gobierno que promueve un programa contrario al derecho a la vida

Para los 1.345 millones de católicos (el 17,7 % de la población mundial, según los datos estadísticos del Vaticano), el Papa es la cabeza de la Iglesia, nuestro líder religioso. Además, se trata de un jefe de un Estado y de un faro mundial a favor de la paz, la concordia y la caridad. En esa doble calidad de referente espiritual y terrenal de máximo prestigio, el Pontífice recibe en el Vaticano a estadistas de toda índole e ideología, creyentes y no creyentes. Francisco ha mantenido audiencias en el Vaticano con Trump y con su adversario Biden, con Rajoy y Sánchez, con Macri y con Cristina Fernández. Ha departido en su despacho con Merkel, Putin, Obama, Maduro, Macron, Piñera…  Ha recibido también a presidentes autonómicos, de Feijoó a Page. Su puerta está abierta a todos, porque propugna el entendimiento por el bien de la humanidad.

La visita de Yolanda Díaz al Vaticano presenta una peculiaridad respecto a las que hemos citado. Ella no la ha llevado a cabo por los cauces diplomáticos regulares del Gobierno del que forma parte, sino que la ha promovido a título particular: tenía un deseo personal de ver al Papa y solicitó el encuentro. Y aquí surge una pregunta: ¿es congruente ese gran interés por encontrarse con el jefe de la Iglesia Católica con el ideario personal de la ministra y con lo que apoya y postula como gobernante?

Uno de los pilares constantes del discurso de Francisco es la defensa de la vida y la dignidad de la persona humana en toda su extensión y circunstancia, acorde a lo que siempre ha sostenido la Iglesia. El pasado viernes, el Papa volvió a lamentar que «los derechos de los niños no nacidos y moribundos se nieguen cada vez más». Su crítica a lo que él denuncia con acierto como «la cultura del descarte» es una constante de su pontificado. Una y otra vez rechaza «la eutanasia contra los ancianos» y este mismo año ha recordado con rotundidad que «el aborto es realmente un homicidio».

España es uno de los siete únicos países del mundo que ha legalizado la eutanasia (el permiso para matar legalmente a enfermos graves o a personas que declaran que no quieren vivir). Esa norma la ha aprobado el Gobierno de Sánchez, en el que Yolanda Díaz ocupa el destacado puesto de vicepresidenta segunda. Ese mismo Ejecutivo pretende también ampliar el aborto, elaborar listas de médicos objetores para coaccionarlos y castigar con pena de cárcel a los defensores de la vida que protesten en público. Díaz apoya todo eso, que está en contra de los principios católicos. Además, es militante comunista. Esa ideología, amén de ser una de las más mortíferas de la historia, niega todo valor a la religión, e incluso su propio derecho a existir. Díaz nunca se ha apeado de esos principios. En su reciente prólogo a una nueva edición del Manifiesto comunista, de Marx y Engels, lo elogia como «una vital y apasionada defensa de la democracia y la libertad» (un punto de vista ciertamente original, pues se trata de una obra que ha alimentado algunas de las dictaduras más abominables de la historia). Por último, Díaz tampoco se siente católica en su vida personal; por ejemplo, en 2003 se casó en una ceremonia civil, oficiada por otro concejal socialista.

A tenor de todo lo anterior cabe repetir la pregunta: ¿es congruente lo que piensa y defiende Díaz con su enorme interés personal por lograr una audiencia con el Papa? Lógicamente, el Pontífice tiene sus puertas abiertas a políticos de todo signo. Pero a Díaz le ha faltado coherencia: su afán por conseguir esta entrevista, que sin duda le ayuda en su campaña para cobrar protagonismo público, no concuerda con su ejecutoria como gobernante, ni con su pensamiento ni el de su partido.

(PD: Si Díaz viajó a Roma a título particular, ¿quién pagó su viaje y el de sus asesores? Sería interesante saberlo).