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Juana Rivas

Juana Rivas es una mezcla de mantis y hámster sin aprecio por sus crías. Pero quien la ha soltado es el Gobierno, a sabiendas de que su hijo sufrió abusos sexuales estando con ella

Siempre me dio cierta pena Juana Rivas, un triste monigote de la alianza de hiperventiladas que vieron en ella una excusa para lanzar sus delirios y hacer negocio con ellos desde la comodidad de que, llegado el momento de pagar la cuenta, lo haría la pavisosa madre coraje sobreactuada.

Entendí el indulto, incauto, convencido de la necesidad terapéutica de concederlo para profundizar en el proceso de curación que requiere toda pertenencia a una secta.

Juana, ya liberada del influjo de todas las Azúcar Montero de Irene que cantan «hermana yo sí te creo» para comenzar sus conciertos y «pero a la cárcel vas tú» para terminarlos; encontraría en la medida de gracia una oportunidad para la redención como el protagonista de Condena, la espléndida miniserie de la BBC que narra la vida de un profesor encarcelado por homicidio imprudente, cometido al volante bajo los efectos de una soberana tajada.

Pues no. Nada ha cambiado y a cada acto de solidaridad con Rivas le ha sucedido un estropicio mayor de Juana y un redoble de tambores aún peor de sus patrocinadoras empadronadas en Zugarramurdi, más tontas que brujas pero brujas como ellas solas.

Ahora un juez ha frenado la aplicación del indulto parcial, utilizando su potestad para hacer cumplir el año y poco de condena que, sobre los cinco iniciales, no pudo perdonarle Sánchez muy a su pesar: si por él hubiera sido, Juana Rivas sería a estas alturas Defensora del Menor y la Menora, en la línea que le lleva al presidente a dar papeles clave a sus indultados si en ellos reside la llave de su Gobierno o de sus soflamas baratas.

Y, gracias al auto de Manuel Piñar, hemos sabido varias cosas relevantes que no han evitado que Montero, una tal Pam Rodríguez que ejerce de Secretaria de Estado y el resto de Las Ketchup de Igualdad salten contra el magistrado y le acusen de practicar la «violencia institucional».

Rivas no se arrepiente de nada y lo volvería a hacer. Rivas, de hecho, lo volvió a hacer en Italia ya condenada en primera instancia. Y Rivas, además, se negó a denunciar y no quiso investigar los abusos sexuales que al parecer sufrió su hijo de tres años estando bajo su tutela, como confirman un fiscal, un forense y un pediatra en un exhaustivo informe ilustrado con fotografías «espeluznantes».

La investigación, iniciada por una denuncia del colegio del niño tras comprobar que la mamá no quería hacerlo, se archivó porque no fue posible encontrar al autor, y no porque la agresión no existiera: ni Juana la denunció ni, cuando lo hicieron por ella, hizo el más mínimo esfuerzo por ayudar encontrar al culpable.

La cuestión, en fin, no es ya qué hacer con Juana Rivas, una mezcla de mantis y hámster con poco aprecio por sus crías. Sino qué carallo se puede hacer con un Ministerio de Igualdad que protege más a una adulta que a un chiquillo y con un Gobierno que, conociendo todos los detalles del caso, soltó a la madre elevada a la categoría de mártir.

Al pobre solo le ha faltado ser de Canet para que la jauría termine de despedazarlo. Con la ayuda del Consejo de Ministros. Con tu puta ayuda, presidente.