Pepito Álvarez, a las mariscadas
Los sindicatos se suman a las manifestaciones contra el español en Cataluña: es de desear que la recompensa les permita adquirir remesas de Licor del Polo y crema para las almorranas
Pepe Álvarez tiene nombre de compañero del metal, pero ha currado en el sector lo mismo que Cristina Almeida en el Ballet Bolshoi. En 1978, a la tierna edad de 22 años, ya se liberó en la UGT catalana, iniciando su meteórica carrera sindical, la más curiosa de las ocupaciones mundanas: hablan del trabajo sin haber trabajado, y disertan sobre cómo mejorar una economía que contribuyen decisivamente a estropear.
Josep, como al parecer se hacía llamar cuando se puso a charneguear en Barcelona desde su Asturias natal, también escribe un blog, vendido como un hito sin precedentes por su sindicato, como si acaso fuera el primer dirigente sindical capaz de escribir los «mi mamá me mima» que inundan la bitácora, renovada semanalmente con entradas muy útiles para luchar contra las variadas afecciones del aparato intestinal.
Ahí ha dejado memorables artículos de autohomenaje, con títulos tan comprometidos como «¿La vuelta del fascismo?», «100 años del PCE» o mi favorito, «Las jornadas interminables matan», que suena más a diagnóstico de oídas que a experiencia vivida.
Pepito o Pepet, si acaso ese diminutivo inmerso existe, se ha especializado desde entonces en intentar compensar la tibia cotización en la vida real con servicios variados al bueno de Sánchez, ora en su labor de opositor eterno, ora en la de presidente del Gobierno endémico.
No faltaron sus cuatro días de protestas con Rajoy por una subida del 8 por ciento de la luz, mucho más grave que la actual del 300 por ciento por ser una subida fascista y neoliberal, en contraste con ésta que presagia un cambio de modelo energético sostenible: la sonrisa de Greta Thunberg bien vale que la gente tenga que elegir entre langostinos congelados o poner la estufa esta Navidad. Que todo no puede ser.
Tampoco faltaron, intuyo, protestas de Josep por la intolerable pandemia de ébola achacable al mismo Rajoy que ya destacara por estrellar un petrolero en Galicia, muy superior en impacto cualitativo a la de coronavirus gestionada por Sánchez como un mono con escopeta: si, en aquella crisis sanitaria solo murió un perrito, pero se podía haber evitado la terrible baja canina de no haberse empeñado el Gobierno en repatriar a un par de prescindibles misioneros cristianos de África.
En ésta llevamos 100.000 muertos, la mitad de mi Alcalá de Henares entera, pero pudimos celebrar el 8M del «machismo mata más que el virus» y ese cántico compensa, justifica y casi reclama tantas vidas perdidas.
El epílogo provisional de Pepet le confirma como un vanguardista pensador: su sindicato va a participar en las manifestaciones contra el español en las aulas catalanas, que es tanto como hacerlo contra el niño de Canet, que él mismo podría haber sido de haberse mudado a Cataluña poco tiempo antes de liberarse en el sindicato con el bigote aún por hacer.
El precio de la luz y de los combustibles; la mayor tasa de paro juvenil y femenino de Europa; la ruina estable de pequeñas empresas, comerciantes, autónomos, ganaderos o agricultores, entre tantos jirones de la España sanchista; no merecen la atención ni la protesta de un sindicato técnicamente vertical que actúa sin embargo tumbado.
Es de desear que la remuneración por sumarse a tan incondicionales causas, sean el lazismo catalán o el batasunismo vasco; le dé al bueno de Álvarez lo suficiente para encargar remesas generosas de Licor del Polo y de cremas para las almorranas, imprescindibles para sobrevivir en ese estado de inmersión rectal. Y si no, siempre podrán volver a las mariscadas.