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En la calle

Mis cigalas, mis bogavantes, mis langostinos y mis angulas se han convertido en deseos imposibles. Como mi despacho sindical. Como mi cafetito a las 11 de la mañana. Como mi aperitivo a las 13. Como mi almuerzo a las 14:30 con mus a los postres

Me veo en la calle. En la peor versión de verse en la calle. No me acepta ni uno ni el otro. He enviado a sus máximos dirigentes dos misivas en las que me ofrezco a ser un fiel militante. Todavía me queda un poco de influencia y puedo resultarles muy útil para sus fines. Pero no he recibido respuesta ni del uno ni del otro. Quizá me he excedido en mis pretensiones. Les solicitaba una remuneración fija de 4.000 euros, más dietas, gastos de viaje, primas por conllevar pancartas en las manifestaciones, y un sobre mensual con dinero en efectivo –la cantidad no puedo hacerla pública–, para celebrar las indispensables veladas con mariscos y angulas. Para no abusar desde el principio, les remití adjunta una nota con las indispensables veladas que me disponía a celebrar en beneficio de los trabajadores. Una cena cada mes con mariscos y una comida durante los meses de enero, febrero, marzo y abril con angulas. Ni Unai Sordo, de Comisiones Obreras, ni José Álvarez, de UGT se han dignado responder a mis ofrecimientos. Y con una particularidad de menosprecio por parte de ellos. Tanto al uno como al otro, como hizo Baltasar Garzón con Emilio Botín para sacarle dinero, inicié mis cartas con un «Querido Unai» y un «Querido Pepe». Nada que hacer.

A mis años, no puedo aceptar un trabajo en el que me hagan trabajar. Soy madrugador, pero me han dicho que ese detalle no se valora en exceso en los Sindicatos subvencionados. En mis cartas prometí a Unai y Pepe –perdón por la confianza y familiaridad–, que ocuparía mi despacho todos los días a las 8:30 en punto de la mañana. Al saber de ello, mis contactos sindicalistas me han afeado con brusquedad mi impertinencia.

–¿Cómo pretendes que te acepten después de prometerles semejante puntualidad? Ellos no llegan a sus sedes antes de las 10 de la mañana, y las oficinas no se abren hasta las 9:30, para las secretarias y los liberados de tercera categoría. A las 9:45, se incorporan los de segunda categoría, a las 9:55, los jefes de departamento, incluidos los del sector «Minería del Carbón», y a las 10, no a las 10 en punto, sino a las 10 con lógica holgura, los secretarios generales. Lo tuyo, más que una solicitud de trabajo y militancia, suena a insulto.

Me arrepiento de ello.

También les decía en las cartas, que mi primera acción sindical sería la de promover, desde cualquiera de los Sindicatos UGT o CCOO, una huelga general en protesta por el precio de la luz. Lógicamente, si las familias de la clase trabajadora y los pequeños comercios, cuyos propietarios están afiliados a los Sindicatos, están pagando un 500 por ciento más en la factura de la luz que en 2018, la protesta sindical no es un recurso político, sino una obligación social. Pero mis contactos sindicales me han hecho ver el grave error de mi propuesta, con un lenguaje muy sindicalista que ruego me excusen los lectores de El Debate. 

–Oye bien, idiota fascista. A Unai y Pepe, la factura de la luz de los trabajadores, aunque haya aumentado un 500 por ciento, les importa un carajo. Y que los agricultores se arruinen, las empresas quiebren, los parados aumenten y los pequeños y medianos empresarios se vean en la calle como tú, no les preocupa en absoluto. Lo que les preocupa es que en Cataluña se obligue por ley a que los niños estudien el 25 por ciento en castellano, no español, que llamar español al castellano es propio de franquistas. ¿Cómo pretendes que te acepten en UGT y CCOO si no estás dispuesto a luchar por la prohibición del castellano en Cataluña?

La verdad, es que no doy una.

Mis cigalas, mis bogavantes, mis langostinos y mis angulas se han convertido en deseos imposibles. Como mi despacho sindical. Como mi cafetito a las 11 de la mañana. Como mi aperitivo a las 13. Como mi almuerzo a las 14:30 con mus a los postres.

Me veo en la calle.