La culpa es de Europa, claro
Desde el mismo día que lo dijo Pedro Sánchez sabíamos que era mentira, como tantas otras cosas que dice públicamente. Sin reparo, sin rubor, sin vergüenza. Cada uno como lo que es
Confieso mi muy escasa sapiencia en matemáticas y, por ende, en materia económica. Es por ello que procuro evitar debatir de esas materias. Pero aunque fuese el más zote del mundo en todo lo que tiene que ver con números, sería capaz de anticipar, a 17 de diciembre, que el compromiso del señor presidente del Gobierno de que a fin de año el pago de la luz que habríamos hecho a lo largo de 2021 no sería superior al que hicimos en 2018, no se iba a cumplir. Simple y sencillamente porque desde el mismo día que lo dijo Pedro Sánchez sabíamos que era mentira, como tantas otras cosas que dice públicamente. Sin reparo, sin rubor, sin vergüenza. Cada uno como lo que es.
Como no paramos de mejorar, ahora el Gobierno nos cuenta que la culpa de que no baje la luz es de Europa. Porque ya se sabe que para los gobiernos incompetentes Europa es el chivo expiatorio, el animal que según mi admirado Carlos Rodríguez Braun es el mejor amigo del hombre. Siempre te saca de un apuro. Y según nos explica el Ministerio que manda esa lumbrera de la cristiandad que responde al nombre de Nadia Calviño, si Europa no arregla la luz tampoco habrá recuperación económica. Hasta hace un cuarto de hora toda nuestra recuperación se basaba en la ayuda que íbamos a recibir de Europa gracias a las brillantes gestiones de este Gobierno. No se sabe cómo, pero algunos tienen la infinita habilidad de ser capaces de sorber y soplar a un mismo tiempo. Tienen un mérito inconmensurable.
Yo no sé qué tendrá que hacer ese ente extracorpóreo que llaman Europa para controlar el precio de la luz. Lo que sí sé es que cuando en tiempos de Rajoy hubo que subir el precio una migaja, la izquierda se le echó a la yugular acusándolo de masacrar a la clase trabajadora. Pero ahora que estamos pagando un máximo histórico que es un 300 por ciento más caro que cuando se lanzaban al cuello de Rajoy, los sindicatos que supuestamente deberían defender a esa clase trabajadora –ya no tienen ni idea de qué es eso– se dedican a defender la imposición de lo que ya no quieren llamar inmersión lingüística porque todo el mundo sabe que el único objetivo de esa política que empezó con el delincuente Pujol era la asfixia y consiguiente muerte del español en Cataluña.
Al parecer el Gobierno está intentando explicar que si tenías cierto tipo de contrato con una tarifa más o menos fija, no pagarías más que en 2018. Es decir, el Gobierno, como era previsible, no ha hecho absolutamente nada. Simplemente esperaba que nos hubiéramos anticipado nosotros mismos a esta debacle. Lo que la mayoría ya sabemos hace mucho tiempo que era nuestra única opción de supervivencia.
En este contexto, la vicepresidenta primera del Gobierno, la que todavía no sabemos si fue en Falcon o en vuelo de línea a ver al Papa, se escandaliza por el control de Pablo Casado al Gobierno el pasado miércoles. Qué piel tan fina la de esta señora que delinquió en el referéndum de la OTAN de 1986 y votó («no», claro) pese a ser menor de edad. Ya le gustaba violar la ley. Y ella está encantada de haber sacado adelante con sus colegas unos presupuestos generales del Estado basados en unos datos que ya están desfasados antes de terminar el ejercicio anterior.
No se puede ser más ajeno a la realidad que vive España. Pero están encantados de haberse conocido. Dense un beso a sí mismos, por favor.