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Obispas y avispos

La pena es que al niño de Canet no se le permita aprender estas nuevas voces incorporadas a la segunda lengua más hablada del mundo, que es la de sus padres, y a Irene ese atentado contra la libertad no le preocupe

En la dacha de Galapagar hay pocos motivos para sonreír. Las mechas de Yolanda han arrasado los sueños de primera dama de Irene. Ya casi sola, deambula por el Ministerio de Igualdad rodeada de pelotas bien pagadas, preguntándose qué fue de las promesas de su macho alfa, que la hizo madre y ministra en el mismo pack, promisor inicio de una futura casa civil de los Ceaucescu o de los Ortega nicaragüenses a la española, que se quedó en nada.

Ella creyó ser la elegida por Dios, a pesar de que en el templo había otras mamíferas, como a Irene le gusta llamarse en lenguaje inclusivo: pero ni Tania, ni Dina, ni Lilith consiguieron el anillo ministerial, la llave maestra para alcanzar el reino de los cielos, que en teoría sería puesto a sus pies, tras el asalto definitivo. Con tres palmos de narices, ha visto cómo de lo prometido nada y es Yolanda, la pija a la que tanto aborrece, la que más cerca ha logrado estar de ese Cielo anhelado o por lo menos de su principal representante en la Tierra. Sabe Irene que desde el Falcon, la vicepresidenta que ella hubiera querido ser, contempló displicente este pasado fin de semana camino de Roma su ridículo aunque caro Ministerio, que es el fruto de su medro conyugal, cuyos dos desquiciados estandartes son hoy Juana Rivas y Rociíto.

Pero de vez en cuando, Irene recibe una buena noticia. Ayer, cuando supo que la RAE había admitido las palabras que compendian todo el legado que dejará Podemos a nuestra cultura, esbozó una sonrisa, de las pocas que se permite estos días. A partir de ahora, esa lengua patriarcal, rehén del machismo, que impone el uso genérico del masculino gramatical, permitirá que llamemos obispa al femenino de obispo. Ya ven, no tenemos curos pero tendremos obispas, gracias a Irene. Estos académicos, señora Montero, tienen la gracia donde las avispas, o donde los avispos porque si hay obispas por qué no va a haber avispos. Digo yo.

Pero lo más valorado por Irene y su cuchipandi es que la Real Academia haya dado carta de naturaleza gramatical al poliamor, porque en Podemos son muy generosos repartiendo amor sobre todo entre las compañeras de partido y, para cuando el poliamor se les queda corto, los sabios de la lengua han definido otra palabra muy valorada por los herederos de Pablo Iglesias (ay, si Freud levantara la cabeza): pansexual, que es una persona que siente atracción sexual por cualquier individuo u objeto. La atracción sexual puede sentirse por el presupuesto público o por los agresores de policías hasta por las copas menstruales o los chalés con piscina. No hay límites para Irene y sus amigos.

Yo me alegro de que la ministra haya conseguido mejorar nuestra vida y, de paso, aliviar sus obsesiones lingüísticas con la ayuda de los académicos. La pena es que al niño de Canet no se le permita aprender estas nuevas voces incorporadas a la segunda lengua más hablada del mundo, que es la de sus padres, y a Irene ese atentado contra la libertad no le preocupe. Y es abracadabrante que la RAE atienda tan solícita estas demandas podemitas y no blinde nuestra lengua de desdoblamientos delirantes como los de obispa, al estilo del Gobierno francés, que no está dispuesto a dejar la lengua de Flaubert en las inclusivas manos de la burricie (o burricia) ministerial.