Castells
Castells ya no es ministro. Y mucho me temo que su sucesor va a mejorar su incompetencia
Desayuno con una noticia estremecedora. Manuel Castells ha dimitido. Me pinchan y no sangro.
Todos los seres humanos tenemos rasgos que rinden homenaje a algún animal. En mi caso, la juventud me proporcionó cara de oveja; con 40 años me dio por dejarme el pelo más largo, y tuve aspecto de perro afgano, bastante cursi. Y ya en este último tramo de la vida, he pasado a pájaro y mi perfil se confunde con el de un mirlo. Cursé los últimos cuatro años del bachillerato con el mejor dibujante e ilustrador de la España de hoy, «Barca». Es el culpable de mi complejo de oveja.
Me dibujó en centenares de ocasiones, siempre con mensajes ovejunos. De oveja merina, alcarreña, manchega, castellana, escocesa, de «shetlands», canadiense e islandesa. De oveja blanca y oveja negra. Sufrí en demasía. De mirlo me siento más cómodo. Como mi habilidad para el dibujo es nula, no pude defenderme ante él. «Barca» es muy parecido a una lubina cantábrica, y aprovecho la ocasión para decírselo.
Con la modita de las mascotas, un alto porcentaje de tontos adoptó cerdos vietnamitas. Se trata de un porcino de tamaño reducido y horroroso. Muchos de sus propietarios, hartos de sus sonidos nasales y guturales los abandonaron, y en algunas regiones se mezclaron con jabalíes, si bien se mantienen ejemplares en libertad de extrema pureza. Aquí, en La Montaña de Cantabria, de soltera «provincia de Santander», los cazadores apodan al cerdo vietnamita «chonuco chinu», y hace una semana, mi amigo Jesús Manolo Cué, abatió en una montería un «chonuco chinu» de edad provecta, muy canoso, pequeño, regordete y de insignificante aprovechamiento. Y uno de sus compañeros de caza, al verlo, comentó: «Es muy ‘igualísimu’ al ministro ése de las Universidades, el que no da con un ‘palu’ al agua».
Una falta de respeto, pero perdonable por su espontaneidad.
El Marqués de Hayedos Altos, que Dios tenga en su Gloria, acudía a las monterías con cinco perros «téckel» de pelo duro, que son cánidos valientes y buenos rastreadores. Convivir con tantos «téckel» a lo largo de su vida, le llevó a parecer uno más entre ellos. El difunto Marqués era de menguada estatura y malhumorado, como sus perros. Al llegar a la junta montera, uno de sus compañeros de caza comentó: «Ahí viene el Marqués con sus perros»; y su bella novia preguntó: «¿Cúal de ellos es el Marqués?».
También una falta de respeto, pero asimismo perdonable por su espontaneidad.
Quizá, a estas alturas del texto, me asalta el temor de no haber concedido al exministro Castells excesiva importancia. Cabe destacar que no se la he concedido porque no la tiene. Como ministro de cuota de Podemos, solo ha sobresalido por su indolencia e innecesariedad. Un vago redomado, cuya única labor reconocida ha sido la redacción de una Ley de Universidades que han redactado sus asesores y que ha tenido menos vida como proyecto, que la cachondísima República Catalana, la de los siete segundos de duración. Cuando un ministro dimite o es apartado del Gobierno, surgen los analistas políticos que le dedican elogios desmedidos.
Sucede que Castells ha dejado de ser ministro de la misma manera que fue nombrado ministro. La síntesis de su labor gubernativa es similar a la que emitió el gran director de orquesta Fürtwangler cuando le preguntaron su opinión sobre un joven director suplente de la Filarmónica de Berlín. El maestro meditó la respuesta y dijo: «Pfffqqqq».
Pues eso. Que Castells ya no es ministro. Y mucho me temo que su sucesor va a mejorar su incompetencia.