Pedro, ¿no habías derrotado al virus varias veces?
A Pedro Sánchez le interesa más hablar de la pandemia que del precio de la luz y del combustible. Y también que de sus previsiones económicas, tan rigurosas como las de la pitonisa Lola: hay constancia de alumnos de segundo de la ESO con más precisión en su cálculos, aunque eso ya será irrelevante en el futuro académico de los niños españoles.
Ahora les valdrá con mostrar empatía y renegar de los Reyes Católicos, en el que caso de que sepan quiénes son, para pasar de curso y soñar con ser Adriana Lastra de mayores.
No digo que al presidente no le preocupen la pandemia y sus estragos. Por alipori que provoque la combinación de desvergüenza y cinismo del personaje, debajo de la careta debe cobijarse aún un ser humano capaz de sufrir cuando la gente se muere. Por supuesto.
Pero tiene poco sentido que, tras anunciar siete veces la derrota del virus, la última hace dos semanas, y presumir de las vacunas que compró Europa e inoculan Ayuso, Moreno o Vara; comparezca solemne para ejercer de heraldo del miedo, en indigno formato de monólogo sin preguntas.
¿No habíamos conseguido la inmunidad de rebaño? ¿No éramos un modelo para Europa y el mundo? ¿No estábamos en el 90 % de protección? ¿No eran unos necios los antivacunas? ¿No debíamos ya medir la gravedad de la pandemia en términos de ingresos en UCI y de fallecidos y no solo en contagios?
El Ministerio de Sanidad publicó el pasado jueves, como cada siete días, la estadística segmentada de afección del dichoso covid por edades, con cuatro epígrafes: contagios, hospitalizaciones, ingresos en UCI y muertes. Y distinguiendo, en cada uno de esos apartados, entre vacunados y no vacunados.
De toda la cháchara estadística, ésta es la más importante: refleja cuáles son las posibilidades de enfermar gravemente y de morir según la edad y la inmunidad recibida. O rechazada. No les aburro con una montón de cifras, pero si el curioso quiere consultarlo puede entretenerse con este cuadro:
En resumen, con la vacuna puesta, la probabilidad de enfermar gravemente es remota y la de morir es casi imposible: hay que tener muy mala suerte, similar a la de que te caiga un rayo, te atropelle un coche o te toque de profesor Juan Carlos Monedero.
No lo digo yo, ni tampoco casi ninguno de los virólogos convertidos en yonquis del apocalipsis a cambio de un chute de promoción televisiva: lo dicen las cifras oficiales del Ministerio de Sanidad.
Y sin embargo, Sánchez prefiere apostar por el miedo, que puede tener una lógica infantil, en tanto cuanto modere la tendencia navideña al exceso; pero también otra política: tenernos entretenidos con el virus, un antídoto espléndido para sacar de la agenda el resto de problemas y quebrantos del día a día.
No diré que esto no pueda cambiar. Ni negaré, tampoco, que las próximas semanas no vayamos a tener un récord histórico de contagios. Lo vamos a tener. Pero con esas tasas, probatorias de la eficacia de la vacuna, ¿cómo es posible que el mismo Gobierno que ha presumido de vencer tantas veces a la epidemia apueste ahora por el terror y esconda las pruebas estadísticas que de algún modo le daban la razón?
Solo se me ocurren dos explicaciones: o saben algo que no nos cuentan. O prefieren tenernos asustados por el bicho microscópico que por el monstruo instalado en la Moncloa: la primera epidemia va a pasar; las consecuencias de la segunda van a durar años. A ver si va a ser eso.