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Sánchez Pilatos

No veíamos la hora pero ha vuelto

Llegó el momento. No veíamos la hora pero Sánchez ha vuelto. Si España fuera todavía la que el sanchismo se apropió en 2018, la intervención institucional de un presidente del Gobierno nos hubiera alertado de lo fea que la nueva ola está poniendo las cosas, de lo bien que haremos siendo prudentes aunque los hospitales sigan sin acusar presión sanitaria, pero su nula credibilidad nos ha inmunizado contra sus turras televisivas, que siempre han respondido a su interés electoral, a un lavado de su marquetiniana figura y jamás al bien común.

La pasta del Banco Central Europeo se acaba, las encuestas no remontan (aun con la ayuda impagable de Ayuso y Casado), el diablo vestido de Prada acapara los telediarios y le come terreno, las fotos a pie de volcán sin las ayudas prometidas ya no le valen, su promesa de rebaja del recibo de la luz es otra trola supina y su imagen no despega salvo cuando monta en Falcon, así que él, cual figurita de mazapán, regresa por Navidad.

Aunque ómicron rondaba por aquí desde hace un mes y cada autonomía cantaba sus medidas restrictivas como en subasta del pescado en la lonja, a Sánchez lo del coronavirus siempre le dio pereza. Lo suyo son las frases hechas, las peroratas que los fines de semana nos infligía con voz impostada y el mandar a su pregonero Simón, hoy achicharrado, para que nos entretuviera con televisivos gazapos de diseño. Porque lo que oliera a hospitales, enfermos intubados o tanatorios no cotizaba en los sondeos de Tezanos y, por tanto, eran bombas de racimo que mejor que pisaran otros. De contar los fallecidos ya ni hablamos. Ayer, como estaba previsto, volvió sobre sus pasos desde la Delegación del Gobierno en Cataluña, una nueva infamia propagandística: que Canet nos coja confesados.

Ha sido ver que el primer ministro francés comparecía el viernes, que el de los Países Bajos ha encerrado a los holandeses y que media España está cruzando los dedos por la altísima transmisión y Sánchez ha preparado la aljofaina y se ha lavado las manos, como Pilatos, en la poción mágica que le prepara su Panoramix: la cogobernanza, la coordinación, la conexión, la cohesión, la colaboración, la cooperación y así hasta agotar el diccionario. Lo que viene a ser decir a los presidentes autonómicos: ahí os dejo ese muerto y cada una que lo embalsame como pueda y quiera.

Lo surrealista es que alguien necesite reunirse con 19 minifundistas para decirles: que os vayan dando, que con vuestro pan os lo comáis y que Dios reparta suerte. Claro que Sánchez es más sutil que yo. Él solo dice disparates (o critica la subida de la luz, o pide que los golpistas vayan a la cárcel, o que Puigdemont vuelva a España) cuando está en la oposición. Ya dijo Carmen Calvo que hay varias versiones de Pedro Sánchez y la actual tiene la piel tan fina que le molesta hasta que le devuelvan sus palabras.

Como serán las cosas que Iñigo Urkullu, plusmarquista en insolidaridad con el resto de España, le ha escrito una carta para pedirle coordinación y medidas comunes frente a la covid. Que el lehendakari le reclame cooperación es algo parecido a poner a Juan Carlos Monedero a dirigir la Agencia Tributaria o a Ábalos a regentar una escuela de protocolo.

Como estaba cantado, ayer no puso sobre la mesa ni una sola medida ni ley de pandemias que valga. Ya les adelanto yo lo que hará la tarde del miércoles: se sentará en el Senado frente a 19 pantallas de plasma, pondrá cara de cordero degollado y les dirá a los presidentes autonómicos que sean resilientes, que de esta salimos más fuertes, que la vida es dura, que verde las han segado, que a quien madruga Dios lo ayuda, que a quien Dios se la dé, San Pedro se la bendiga, y que amigos somos pero el borrico en la linde.

«Cosas tenedes, Sánchez, que farán fablar las piedras».