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Y ahora Chile

Paso a paso el ámbito latinoamericano se dirige al callejón sin salida del nuevo populismo, garantía de más pobreza y mayor dependencia internacional. La batalla no está perdida. En los próximos años veremos la capacidad de resistencia de las fuerzas democráticas en estos países para frenar la deriva antidemocrática

Sería irresponsable restar importancia al resultado de las elecciones chilenas. Es más, la segunda vuelta ha sido un hecho histórico de indudable relieve al mostrar el grado de crispación y división en el seno de esa sociedad. Al baúl de la Historia quedaron condenados los tiempos en que conservadores, democristianos o socialistas se turnaban en la Casa Rosada. El sistema político surgido de la transición a la democracia tras la dictadura del general Pinochet ha muerto por agotamiento. Finalmente, las nuevas generaciones han dado el triunfo al líder del Frente Amplio, Boric, un joven político que representa a una izquierda más radical y que pilotará la redacción de una nueva constitución, el pilar sobre el que se tratará de dar forma a un nuevo sistema político.

La democracia se caracteriza por resolver las diferencias desde la legitimidad que aporta la representación. La virtualidad de la democracia gira en torno al esfuerzo de entendimiento y el logro de acuerdos en los temas fundamentales para la vida en común. Chile comienza un proceso constituyente desde el enfrentamiento y la desconfianza. No son los mejores materiales para levantar una obra política sólida.

La sucesión de crisis –2008, Covid-19, la actual derivada de los efectos de la pandemia– está cuestionando la democracia en distintos puntos del planeta, y muy especialmente en América Latina. Llueve sobre mojado. En las clases dirigentes tradicionales de la región recae la responsabilidad de no haber sabido, de no haber querido, dar forma a una sociedad más cohesionada, superando la pobreza. De aquellos barros vienen estos lodos.

El Frente Amplio recoge a un conjunto de fuerzas políticas, algunas de las cuales son inequívocamente antidemocráticas. Boric no es Maduro, pero hay muchos simpatizantes de la experiencia bolivariana en sus filas. No hay razones para confiar en el futuro de la democracia en Chile. No debe extrañarnos, por lo tanto, que se produzca un frenazo a la inversión y la consiguiente fuga de capitales. La economía chilena no va a mejorar en los próximos años, por lo que se agudizarán las tensiones sociales que caracterizan el tiempo presente.

Cuando Chile más necesita de la confianza internacional para adaptar su modelo económico y social a los retos que a todos nos plantea la IV Revolución Industrial, los chilenos optan por experimentos sociales de alto riesgo. No están solos. Bien al contrario, Chile se suma a Argentina, México y Perú en una deriva preocupante sobre el futuro de la región. Los dictadores cubanos y venezolanos celebran el resultado. La esperanza de que México y Chile liderarán la trasformación regional se va evaporando. Paso a paso el ámbito latinoamericano se dirige al callejón sin salida del nuevo populismo, garantía de más pobreza y mayor dependencia internacional. La batalla no está perdida. En los próximos años veremos la capacidad de resistencia de las fuerzas democráticas en estos países para frenar la deriva antidemocrática y garantizar el desarrollo de una estructura económica competente.