Sánchez, de capa caída
A pesar de la peleíta absurda del PP, la suma de la derecha sigue dando para desbancar a la izquierda
Las encuestas del sociólogo Michavila presentan una peculiaridad: aciertan. La última señala en ABC que PP y Vox suman 178 escaños, dos por encima de la mayoría absoluta. Con todo su marketing, pompa y propaganda, Sánchez ya no llegaría a cien escaños (99). El PP sumaría 122 (33 más que en las últimas elecciones) y Vox, 56 (cuatro más). Ciudadanos, que está ya en liquidación por derribo, acaso apañe un escañito de fin de fiesta.
La encuesta tiene su miga, porque el trabajo de campo se efectuó en medio de la absurda peleíta del PP en Madrid. Los votantes castigan la desunión y Casado se deja un punto. Pero lo notable es que aún así se dan las cifras necesarias para relevar a Sánchez y Podemos. Es decir: estaríamos ante un giro electoral de calado, estructural. De ahí, por ejemplo, el órdago electoral en Castilla-León.
Sánchez es un presidente que lo primero que hizo al llegar al poder fue subir unas fotitos a Instagram posando en el Falcon con estética Kennedy. Vive para el marketing y la propaganda. Además, la mayoría de las televisiones reman a su favor (merced a la miopía de Sorayita en su día). Pero el maquillaje de la propaganda a chorro y la tele a saco comienzan a cuartearse cuando existe un problema de descrédito personal. Si a ello se añade una situación de agobio económico, entonces el inquilino de la Moncloa ya puede ir preparando las maletas. Y por mucho que levite, eso es lo que le está ocurriendo.
Sánchez, el presidente más débil de nuestra democracia, en realidad nunca ha funcionado bien en las urnas. En 2015 se quedó en 90 escaños, perdiendo 20. Al año siguiente cayó a 85. Su mejor resultado lo obtuvo en abril de 2019 (123 escaños), pero frente a un PP que estrenaba líder y una derecha partida en tres, con un Rivera muy fuerte que obtuvo 57 diputados.
Se trata de un político que no cae bien, lo cual supone todo un hándicap. Se le ve el plumero: transmite un implacable y gélido egotismo. Además ha abrasado su menguado prestigio. Ignorando la conocida advertencia de Abraham Lincoln, creyó que podría «engañar a todo el mundo todo el tiempo». Semejante cascada de trolas acaba pasando factura. Es demasiado, incluso para un público bien pastoreado por las televisiones «progresistas». De propina, ahora llega el dolor económico en forma de inflación. Cierto que los precios aprietan en todos los países. Pero Sánchez ha afrontado el problema como siempre: con engaños. Sus previsiones económicas son de fantasía rosa de Disney. También se empecina en la ridícula promesa de que acabaremos el año con el recibo de la luz como en 2018 (unos 70 euros megavatio), cuando este lunes se ha marcado un récord histórico de 375.
Si no pasa nada especial, en España mandan los socialistas. La derecha solo ha logrado desbancar al PSOE en circunstancias excepcionales. Aznar venció a González en 1996 porque había crisis económica y corrupción galopante. Rajoy logró su mayoría absoluta de 2011 por un marasmo económico. Ahora puede repetirse la historia. Ante los latigazos en el bolsillo y la sensación de amateurismo del Gobierno, los votantes volverán a buscar eso que los anglosajones llaman «un par de manos seguras», que la derecha ponga orden en las cosas de comer. Mi pronóstico, y ya sé que no es el favorito de buena parte de la parroquia conservadora, es que Casado, ahí donde lo ven y con todos sus problemas y limitaciones, se verá al final en la Moncloa, sostenido por los escaños de Abascal.
Lo de Sánchez ya no da mucho más de sí, aunque sin duda morirá matando y abundarán las marrullerías (por ejemplo dar aire a las candidaturas hiperlocalistas para mermar a la derecha). En cuanto a Yolanda Díaz, es exactamente lo que parece: vacuo comunismo pop para amenizar las tertulias de este invierno.