El renacimiento del Belén
Ya sabe usted que las buenas noticias no venden. Siempre que se intentó poner en marcha un medio que solo ofreciese buenas nuevas, fracasó. La explicación está en esa parte oscura y malévola que el género humano lleva escondida en la parte más pérfida de su alma y que nos hace seres falibles. Por eso yo podría hoy recrearme en los rifirrafes del Congreso de ayer entre políticos de todo tipo o chapotear en la última hora de la covid convertida en omicrón. Incluso podría detenerme en esa conferencia de presidentes que todavía no sabemos muy bien para qué ha servido. Mientras reflexionaba acerca de todo ello, caminando por la acera de una céntrica vía de Madrid, me encontré con dos nacimientos o belenes de hermosa factura, uno tras otro, en sendos escaparates. Me llevé una alegría al verlos. A pesar de la irrefrenable fuerza de la cultura audiovisual anglosajona que tantos modos, maneras y valores estéticos ha logrado imponernos, el nacimiento resiste admirablemente y parece tomar fuerza de nuevo. Es más una iniciativa individual y privada, ya que las autoridades municipales siguen empeñadas en alumbrar las calles como si fuese carnaval. Y aunque a ellos les cueste creerlo, es Navidad, la conmemoración de la llegada al mundo de Dios en forma de Niño. Y eso ha marcado nuestras vidas y conformado nuestra cultura. Por este motivo me alegro tanto de que la bella historia que celebramos con la Navidad recupere de nuevo el protagonismo entre nosotros y alcance en algunos casos una belleza ciertamente conmovedora.