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Cuento de Navidad

En su casa se esperaba a los Reyes Magos, pero sus padres, el día de Nochebuena, le dieron dinero para comprar su mayor ilusión: un caballo de cartón, un balancín, que se ofrecía en el escaparate de Pabú, una juguetería de la calle de Serrano

Antonio de Lara «Tono» fue un genio autodidacta. No terminó el bachillerato. Estrenó muchas comedias con Miguel Mihura, y escribió y dibujó durante veinte años en «La Codorniz» de Álvaro De Laiglesia. Su humor, limpio y blanco, alcanzó los niveles más altos del sentido común. Además fue inventor y amigo íntimo de Antonio Mingote. El sentido común, es decir, el humor. En uno de sus dibujos, que se adelantaron a la moda del naif, se representaba un encuentro en la calle de dos amigos. Uno de ellos, iba acompañado de su hija, poderosa y desenvuelta. Y su padre presumió de ella. 

–Aquí donde la ves, pudo casarse con un Duque.

–¿Y por qué no se casó? 

–Porque no quiso el Duque. 

Pepe López-Rubio se instaló en Hollywood, y ofreció una cena en honor de los españoles que acudieron a visitarlo. Jardiel Poncela, Tono, un jovencísimo Luis García Berlanga… Y ahí estaban Charles Chaplin, Stan Laurel y un señor con una gran melena grisácea que hablaba y hablaba con Tono. Aquel señor se llamaba Albert Einstein. «Si mi teoría de la relatividad es acertada, Alemania dirá que soy alemán, y Francia que ciudadano del mundo. Pero si resulta equivocada, Francia dirá que soy alemán, y Alemania que soy un judío». López-Rubio se interesó por la charla de Tono con Einstein.

–De qué hablabas con Albert Einstein? 

–Le estaba explicando que todo en este mundo es relativo.

En TVE, por estas fechas, narró su cuento de Navidad. Tono no era buen estudiante, pero sí muy bondadoso. En su casa se esperaba a los Reyes Magos, pero sus padres, el día de Nochebuena, le dieron dinero para comprar su mayor ilusión. Un caballo de cartón, un balancín, que se ofrecía en el escaparate de Pabú, una juguetería de la calle de Serrano. Con el dinero en la mano, a toda carrera bajó por la calle de Ayala hacia Pabú. Una Navidad de aquellos tiempos, con pastoras de pavos, villancicos en la calle y un blusilla que en la esquina de Serrano con Ayala vendía un artilugio que sólo él manejaba. «El Marinerito don Periquito que sube por el hilito». En esa esquina, Tono reparó en un niño sucio, con velas que le surgían en las narices. Y su conciencia despertó. 

–¿Qué haces? 

–En mi casa no tenemos nada para cenar y mi madre me ha encargado que consiga unas pesetas para llevarle comida.

Entonces, Tono renunció a su caballo de Pabú, y le dio las 300 pesetas que le habían regalado sus padres. El niño pobre se lo agradeció y desapareció de su vista. Y Tono, fastidiado por haber dejado escapar a su caballo de cartón, se sentó en un banco. En el fondo, se sentía feliz por haber solucionado la cena de Navidad a una familia pobre.

Y ahí estaba, sentado en el banco, cuando una visión le sobresaltó. El niño pobre pasó ante él, llevando de un cordelito su caballo de cartón. Porque los niños son así. Ante una ilusión, pierden la perspectiva de lo fundamental. 

–Aquel niño me dio una lección que no olvidaré en mi vida -se justificaba Tono.

No sé si la historia es verídica o se trata de un cuento triste y alegre de Navidad. Pero siempre que se presenta la Navidad, me acuerdo del cuento de Tono, de su generosidad, su decepción y su sonrisa al comprobar que el niño pobre había comprado con su dinero, el caballo de cartón.

Feliz Navidad a todos.