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Cs: el gran fracaso

Despreciaron cuarenta años de resistencia de los constitucionalistas catalanes y vascos, con muchos errores, sí, pero también con enorme valentía, para acabar mostrando que tampoco ellos tenían la receta mágica que prometían

La magnitud de un fracaso tiene mucho que ver con las expectativas, y las que se crearon alrededor de Ciudadanos fueron tan grandes que su caída es estruendosa. Ni siquiera yo misma la imaginé tan brutal, a pesar de que fui una de las pocas que auguró un futuro electoralmente muy limitado a Cs; en el mejor de los casos, escribí en ABC, se convertirá en un pequeño partido centrista, semejante a otros partidos liberales europeos. Pues parece que ni eso, a tenor de las encuestas, y de lo que podría pasar en las próximas elecciones autonómicas de Castilla y León, y quizá, poco después, en Andalucía.

Pero, hace unos años, augurar el fracaso de Cs hasta rozaba lo peligroso, tal era la fascinación mediática y empresarial a su alrededor. Negarles la ilusión era muy mal recibido en el pequeño y complicado mundo del debate mediático español. Y, sin embargo, era sorprendente esa ceguera, cuando eran evidentes algunas razones estructurales que auguraban ese futuro complicado, razones a las que después se sumó una nefasta decisión. El primero de esos factores es que Cs no tenía una clara identidad ideológica y eso lo convertía desde el principio en una apuesta débil.

En contra del discurso aún predominante sobre el fin de las ideologías, la identidad ideológica, izquierda o derecha, es fundamental para explicar el comportamiento político. Y Cs quería ser alternativa a izquierda y derecha, y al mismo tiempo liberal, pero sin ser de derechas, aunque el liberalismo sea una de las grandes corrientes de la derecha europea. Es decir, un disparate. Lo llamativo es que haya sobrevivido tanto a ese disparate de autodefinición. A lo que se suma su coqueteo con las bases del populismo: todos los políticos y partidos anteriores eran unos inútiles y unos corruptos, y, además, sus organizaciones eran poco democráticas.

Y ha pasado lo esperable, que también a Cs le han salido algunos corruptos en su seno, que su organización interna es tan democrática o tan poco democrática como las demás, y, sobre todo, que no han conseguido encontrar la varita mágica para resolver de un plumazo, eso anunciaban, el problema catalán. Despreciaron cuarenta años de resistencia de los constitucionalistas catalanes y vascos, con muchos errores, sí, pero también con enorme valentía, para acabar mostrando que tampoco ellos tenían la receta mágica que prometían. Se veía venir desde el inicio y se ha visto.

Y, además, añadieron un error inmenso a esos factores: la marcha de Inés Arrimadas a Madrid nada más ganar las elecciones autonómicas catalanas. Eso destruyó su credibilidad. Quienes habían venido a ser alternativa al PP en la resolución del problema nacionalista, ni siquiera eran capaces de liderar a los constitucionalistas catalanes tras ganar las elecciones. Fue el principio del fin.

Quizá nos quede una lección positiva de la historia de Cs, y es que los votantes de las democracias acaban castigando las apuestas populistas y la incoherencia. La mayoría desea propuestas razonables y coherentes, aunque no contengan soluciones perfectas e inmediatas y aunque sean mediáticamente menos atractivas. El populismo tiene las patas cortas.