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Goleadas imposibles, victorias reales

En definitiva, se ha derogado el mito de la derogación de la reforma laboral

Ignoro si el retoque de la reforma laboral que el Gobierno acaba de acordar con los agentes sociales tendrá gran efecto sobre el empleo. Más me malicio que España seguirá siendo uno de los lugares con mayor dualidad del mercado de trabajo porque su origen está en la sobreprotección de los contratos indefinidos frente a cualquier otra modalidad. El aspecto decisivo de aquella reforma, que ni se ha mencionado en las negociaciones de ahora, fue la reducción de la indemnización por despido y los efectos de ese cambio resultan innegables: en 2007, antes de la crisis, la tasa de temporalidad en el sector privado era del 33 %, ahora es del al 24 %, nueve puntos menos. Todavía hoy, en pleno proceso de recuperación de la pandemia, casi hay un millón de contratos indefinidos más de los que había cuando Zapatero nos anunciaba que íbamos camino del pleno empleo.

Las reacciones a este pacto de última hora nos muestran lo difícil que resulta llegar a acuerdos en tiempos de tanta polarización. Los socios preferentes del Gobierno, Otegi y ERC, ya han anunciado un frente para tumbar en el parlamento lo pactado en el diálogo social y a Garamendi le critican algunos de los suyos por no haberse enrocado en defender la integridad de la reforma de Fátima Báñez. El hecho cierto es que la patronal partía de una situación de absoluta debilidad frente a la alianza del Gobierno con los sindicatos y ha conseguido preservar lo fundamental de la reforma: la indemnización, la prevalencia del convenio de empresa y el artículo 41 que permite la flexibilidad interna en caso de necesidad. También se mantienen los ERTE, aunque les hayan cambiado de nombre. En definitiva, se ha derogado el mito de la derogación de la reforma laboral.

Pero en tiempos de polarización los pactos se vuelven casi imposibles porque no valen las victorias a los puntos y menos aún los empates. Una victoria solo es una victoria si se produce por goleada y todo lo que no sea eso se convierte en una cesión intolerable, una derrota o una traición. Le pasó a Rajoy cuando pactó con el PSOE y Cs la aplicación del artículo 155, le ha pasado a Casado cuando acordó con el Gobierno la renovación de órganos constitucionales y le está pasando a Garamendi aunque haya conseguido dar la vuelta como un calcetín a las propuestas iniciales de Yolanda Díaz. Nada es suficiente para los apóstoles de la pureza, que siempre consiguen devaluar cada victoria parcial hasta convertirla en una derrota, pero nunca ofrecen una alternativa real.

El mundo en blanco o negro es muy fácil para hacer demagogia pero no es real ni es recomendable. Todos sabemos que nuestra vida cotidiana es un constante ejercicio de pacto y de cesiones: con los amigos, en la pareja, en la familia o en el trabajo. En eso se basa la convivencia. Lo paradójico del asunto es que exijamos a nuestros representantes una intransigencia en la vida pública que rechazamos en nuestra vida privada. Así nos va.