Terror en Exteriores
Durante un tiempo dio la imagen de pacificar el Ministerio –lo que era fácil, dado lo que recibió–. Pero esta semana se ha consumado una nueva crisis poco presente en los medios de comunicación. Y eso que se ha llevado por delante al número tres del Ministerio, el secretario de Estado para la UE, Juan González-Barba
Desde hace lustros, y con apenas alguna excepción, en el Ministerio de Asuntos Exteriores se ha dado la pauta de que cada titular que llegaba al Palacio de Santa Cruz parecía que era el peor posible hasta que entraba el siguiente. No entraremos en enumerar nombres propios, pero los ejemplos podrían ser numerosos. Y las excepciones muy escasas.
José Manuel Albares tuvo la suerte de suceder a Arancha González Laya en la crisis del pasado mes de julio. La gestión de González Laya había sido una catástrofe de tal magnitud que, una vez más, parecía imposible empeorarla. Está claro que todo es posible. Arancha González Laya fue ofrecida como víctima propiciatoria, el cordero sacrificial, por la crisis de Brahim Ghali, el jefe del Sahara «independiente», a quien Marruecos y algunos otros países consideran un terrorista. España decidió recibirle en nuestro territorio de forma muy sospechosa para recibir tratamiento médico hace aproximadamente un año.
Supongo que la ministra de Exteriores era una víctima propiciatoria para Pedro Sánchez porque su gestión no tenía éxitos reseñables. Transmitir a Marruecos que como forma de «disculpa» se había decapitado a la jefa de la cancillería podía parecer una forma de ayudar a resolver el conflicto bilateral. Pero lo cierto es que seis meses después de la llegada de Albares a Exteriores, la embajada de Marruecos en Madrid sigue en manos de un encargado de negocios y no hay ninguna sensación de que se haya progresado en la buena dirección. La crisis con Rabat sigue abierta.
La carrera de Albares ha tenido sus puestos más relevantes desde que Pedro Sánchez llegó a Moncloa, cuando fue nombrado consejero de Asuntos Internacionales, Unión Europea, G20 y Seguridad Global en La Moncloa. Y de ahí pasó en febrero de 2020 a ser embajador en París. Sin duda influyó en el nombramiento el que su mujer fuese francesa. Y en París moró diecisiete meses hasta que a Sánchez le pareció que era el sustituto perfecto de González Laya. Vamos, que no tenía a nadie.
Durante un tiempo dio la imagen de pacificar el Ministerio –lo que era fácil, dado lo que recibió–. Pero esta semana se ha consumado una nueva crisis poco presente en los medios de comunicación. Y eso que se ha llevado por delante al número tres del Ministerio, el secretario de Estado para la Unión Europea, Juan González-Barba. Este es un puesto de enorme peso político, que en el pasado han desempeñado figuras de tanta relevancia como Íñigo Méndez de Vigo con el PP o Diego López Garrido con el PSOE.
A lo largo de los últimos tres meses el ministro Albares ha ido intentando recortar las actividades de González-Barba. Es decir, las que siempre ha tenido esa secretaría de Estado en el Consejo de Asuntos Generales de la UE. Ante la evidencia del choque, el diplomático español pidió una salida de mínimo relumbrón: enviado especial del secretario general de la ONU para Chipre. Recordemos que la isla de Chipre está dividida en dos: un norte ocupado por Turquía y un sur independiente reconocido como Estado soberano, con el respaldo tradicional de Grecia y miembro de pleno derecho de la Unión Europea. Para un diplomático europeo es un puesto relevante.
La candidatura de González-Barba logró lo más difícil: el apoyo de Turquía, Chipre y Grecia. Y se desmoronó porque el propio ministro de Asuntos Exteriores anunció la semana pasada que se retiraba la opción del candidato español. Sin explicaciones. Apenas unos días después, González-Barba era destituido como secretario de Estado sin que se haya anunciado su nombramiento en otro cargo. Es decir, la diplomacia brilló por su ausencia en este relevo. Y ello es así porque cada vez más son los propios diplomáticos en ejercicio los que explican que se está imponiendo un régimen de terror en el Ministerio de Asuntos Exteriores. Lo que no tiene por qué ser algo contradictorio con la política que pretende imponer este Gobierno en otras áreas.