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Saber negociar

Lo que Rusia exige –fin de la expansión de la Alianza hacia el este y retirada de las fuerzas nucleares de Estados Unidos de suelo europeo– supondría una humillación para los aliados y el inicio de un nuevo tiempo en la política del Viejo Continente

Hace treinta años y tres días que Mijaíl Gorbachov presentó su dimisión como líder de la Unión Soviética, una entidad política que, de hecho, ya había desaparecido. Los errores cometidos por su Gobierno sumados al rampante nacionalismo ruso acabaron con ella, dando paso a una reconfiguración regional de indiscutible trascendencia.

Los rusos son los responsables directos de que Ucrania sea hoy un Estado independiente, de la misma manera que las potencias occidentales, y muy especialmente Estados Unidos, lo son de las expectativas creadas sobre la no expansión de la Alianza Atlántica hacia el este. No se firmó ningún documento al respecto, pero en aquellos complejos y tensos momentos ese argumento estuvo sobre la mesa. Las chapuzas e irresponsabilidades del pasado se acaban pagando décadas después.

Putin ha esperado a encontrar el momento oportuno para replantear el mapa geopolítico y está actuando de manera inequívocamente profesional. Lo que le falta de legitimidad le sobra de oficio y contundencia. Tras ocupar parte de Georgia, Moldavia y Ucrania ha reunido una fuerza militar de excepcional tamaño en la frontera con este último país. En paralelo, ha reducido la producción de gas, aumentando su precio y exhibiendo la dependencia europea de sus fuentes de energía. Tras mostrar el músculo ha presentado un borrador de tratado bilateral a Estados Unidos y un documento que recoge sus exigencias fundamentales a la OTAN. La iniciativa ha sido suya, ordenando correctamente los tiempos y estableciendo los términos en los que la negociación debe centrarse. Estados Unidos ha entendido que no está en condiciones de rechazar la oferta y está trabajando en cómo organizarla.

Lo que Rusia exige –fin de la expansión de la Alianza hacia el este y retirada de las fuerzas nucleares de Estados Unidos de suelo europeo– supondría una humillación para los aliados y el inicio de un nuevo tiempo en la política del Viejo Continente. Sin embargo, sería ingenuo considerar que estas propuestas no cuentan con simpatizantes en ambas orillas del Atlántico, particularmente en la oriental. Hoy son muchos los europeos que no entienden la razón de mantener una relación de dependencia con Estados Unidos que les complica sus negocios con China. Tras la desaparición de la Unión Soviética y los fallidos liderazgos de Estados Unidos en las crisis de Afganistán e Irak, librarse de esa relación es percibido por muchos con alivio. La ampliación de la Unión Europea y de la Alianza Atlántica hacia el este ha conllevado muchos problemas con esos países, por lo que la oferta rusa puede ser recibida con simpatía.

En cualquier caso, la iniciativa es rusa. Una iniciativa respaldada con «argumentos» de peso. El despliegue militar no se puede mantener durante mucho tiempo y con la primavera Ucrania se convierte en un terreno pantanoso. Putin exigirá avances rápidos y posiciones claras. Al aceptar Biden la negociación, será inevitable realizar concesiones que irán en detrimento de la credibilidad de Estados Unidos y de la Alianza Atlántica. ¿Serán suficientes para Rusia? ¿Lograrán debilitar el «vínculo» entre europeos y norteamericanos hasta el punto deseado?