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La persecución a Don Juan Carlos

La fiscal general del Estado, Dolores Delgado, tiene el dudoso honor de ser la figura más cuestionada en ese puesto desde que hay democracia. Y está cuestionada por muchas razones. La principal, su manifiesta falta de neutralidad, derivada de haber sido ministra del Gobierno de Sánchez y haber hecho campaña en favor del PSOE con un lenguaje muy despreciativo para sus oponentes políticos. Su neutralidad está también en entredicho por las grabaciones que escuchamos, dentro del macrocaso Villarejo, donde pasaba desde dar a entender que en Cartagena de Indias algún miembro del Supremo no tuvo una conducta honorable hasta aplaudir la creación de una red de prostitución para espiar a determinadas personas. Pero hay más, en un juzgado de la Audiencia Nacional está grabada la declaración de un antiguo jefe de la Inteligencia venezolana que habló del pago de varios millones de euros a la pareja de la fiscal general para «engrasar» las relaciones con ese organismo que dirige Lola Delgado. ¿Es necesario algo más? En otro país, con más decencia democrática y tradición de división de poderes, esta señora ya no ocuparía su actual puesto. Como ha ocurrido con otros muchos fiscales que han atormentado a tanta gente para después quedar archivadas las causas o absueltos los procesados. Tanto dinero del Estado para que todo quede en lo que queda. En Estados Unidos los hubieran echado a todos, tras cada uno de esos fracasos. Ahora Lola quiere seguir en su persecución a Don Juan Carlos, mal llamado emérito –eso solo se aplica a cardenales y catedráticos– y prolonga las investigaciones para de esta manera alargar el padecimiento de un español que no merece lo que le está ocurriendo y a quien la mayoría de sus compatriotas quieren ya de regreso. Sánchez simula que él está al margen de esta operación, pero no. Él fue quien anunció que pondría una fiscal que le obedeciese. Seguramente se acuerda de aquel «es que...  ¿la Fiscalía de quién depende? Pues ya está». Este fingimiento, esta simulación, caerá, porque nada dura eternamente, y menos la mala voluntad.