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Pido perdón

Ya que está tan de moda entre los cobardes pedir perdón por miedo, permitidme que me sume, en mi caso, por miedo a ser cobarde

Vivimos en una sociedad soberbia donde el hombre ha desterrado a Dios para ocupar su lugar. Ya nada le hemos dejado a la providencia. Ni la vida ni la muerte. Todo controlado, todo pautado con los demoníacos parámetros que marca la eficiencia. ¡Maldita palabra de nuestro tiempo!

Y por ello resulta gracioso que, siendo posiblemente la sociedad más soberbia que ha pisado la faz de la Tierra, sea la que más veces perdón ha pedido. No por una cuestión, muy admirable por cierto, de sincero arrepentimiento, sino por miedo a la turba que ataca y crucifica sin piedad.

Cada día sale algún político, artista o periodista pidiendo perdón por no ser lo suficientemente amigable con el colectivo trans, por no utilizar el lenguaje adecuado para referirse a elles, o por contribuir a crear estereotipos que favorecen la racialización de minorías étnicas. Cualquier tontería inventada por cuatro gatos con algo de dinero y de repercusión social es suficiente para acojonar al político más valiente, al artista más transgresor o al periodista más riguroso.

No importa estar al lado de la ciencia, la historia o la realidad. Frente al miedo, la mayoría acaba pidiendo perdón. Y ya que está tan de moda entre los cobardes pedir perdón por miedo, permitidme que me sume, en mi caso, por miedo a ser cobarde:

Pido perdón por todas las veces que inconscientemente he desdoblado el plural para decir hombres y mujeres, todos y todas.

Pido perdón por todas las veces que no he ido a la puerta de los abortorios a rezar.

Pido perdón por todo lo que he dejado de hacer para combatir la ley trans.

Pido perdón por no dar a conocer suficientemente el terror y el horror que supuso la Segunda República.

Pido perdón por no haber apoyado más y mejor a los monjes benedictinos del Valle de los Caídos.

Pido perdón por las veces que he comprado el marco mental al lobby LGTBI y he hablado de familia tradicional en lugar de familia natural.

Y pido perdón por todas las veces que me he callado por respetos humanos cuando lo que tenía que haber hecho era hablar para defender la vida, la familia y la libertad.

Y, por último, pido perdón si alguna vez he pedido perdón por miedo a un linchamiento. Quiero que cuando lo haga sea por verdadero arrepentimiento, para restaurar un mal que haya cometido, y no para complacer a un niño de cuarenta años caprichoso y ofendidito.