El rapero
Hay que agradecer de corazón a Bélgica que se haya quedado con Puigdemont y Valtónyc. Extrema generosidad
Por vez primera en muchos años me siento reconocido, bien tratado y agradecido a Bélgica. Los belgas no han perdonado todavía a los españoles su aportación para la creación de su país. España no deseaba que Valonia se fusionara con Francia, y les metió a Flandes. Todavía no se hablan ni los unos ni los otros. De ahí que Bélgica siempre se muestre dispuesta a tocarnos las narices, ignorante que en ocasiones, más que tocárnoslas, las acaricia, las cosquillea y las engatusa de gozo. Su apoyo desmedido al delincuente Puigdemont y al resto de su corte de mamarrachos es un detalle que todo buen español debe saber valorar. De haber concedido la extradición del cobarde delincuente, Puigdemont viviría libre e indultado en su Gerona natal, disfrutando del sol y la sal del Mediterráneo. Despertar cada mañana en Waterloo tiene que resultar duro. Y esa gratitud a Bélgica ha aumentado cuando hemos sabido que su Justicia, o como quiera ser llamada, ha rechazado la petición de extradición de un mendrugo aún mayor que Puigdemont. Un rapero, que se hace reconocer por Valtónyc, condenado en España por ensalzar al terrorismo etarra, y autor de una canción que le encargó Pablo Iglesias insultando al Rey. Como Valtónyc es tonto, Pablo Iglesias lo dejó tirado, y le cayeron sobre su chochola todos los chuzos en punta. Huyó a Bélgica, y ahí estará los años que sean precisos, que estimo y deseo sean muchos y pacíficos. En España sobran los necios y no necesitamos más, y en Bélgica encajan perfectamente. Como escribió el gran dandy literario Charles Baudelaire, autor de Las Flores del Mal, y escritor de culto de millones de europeos, «un belga es un infierno viviendo en la Tierra». Y el gran autor irlandés, creador de Pygmalión, Bernard Shaw, íntimo enemigo de Winston Churchill, escribió que «se requiere una complicada intervención quirúrgica para lograr que una ironía sea razonablemente comprendida por un belga».
Bernard Shaw estrenaba en Londres y le envió a Churchill dos localidades para el estreno. «Le envío dos entradas para que vaya acompañado de un amigo, si es que lo tiene». Churchill, amablemente se las devolvió: «Imposible asistir al estreno. Intentaré acudir a la segunda función, si es que la hay».
Valtónyc, por otra parte, es un individuo inmerso en la violencia, y en Bélgica lo van a vigilar más que en España. Estos juglares de Podemos llevan la brutalidad en sus venas, como el tal Pablo Hásel, condenado a más de dos años de prisión, reincidente, apoyado por los podemitas con protestas y manifestaciones, y un corderito en chirona. Valtónyc ha manifestado que apedrear a los de Vox es un deber social. Ignoro si existe el delito de odio en Bélgica, pero no me quita el sueño. Me quitaría el sueño verme obligado a vivir en Bélgica permanentemente. Amanecer con el cielo gris, comer con el cielo gris marengo, y mirar al cielo y verlo tintado de panza de burro, no es porvenir a desear. Por otra parte, no creo que la música de Valtónyc sea especialmente apreciada en Bélgica, que en ese aspecto hay muchos más tontos en España que allí.
Hay que agradecer de corazón a Bélgica que se haya quedado con Puigdemont y Valtónyc. Extrema generosidad. He visitado Bélgica en numerosas ocasiones y siempre he sentido la alegría del despegue del avión con retorno a Madrid. Se come muy bien y tiene a Jacques Brel y su preciosa balada a su patria, Le Plat Pays. Además, muy apreciables chocolates, coles de Bruselas y prendas de hilo. Y un tedio permanente y encadenado. Pero si mantiene a esa pareja de delincuentes españoles durante un buen espacio de tiempo, prometo viajar en señal de agradecimiento a Bélgica, y quedarme tres días. Y se trata de una promesa en firme.