Feroz enamorada
La fiscal general María Dolores Delgado está enamorada del Rey Juan Carlos I. El Rey no corresponde su pasión enfermiza, y está usando y prevaricando de sus poderes para culminar la venganza
Hay amores egoístas, celosos, feroces. Saltan al odio cuando la inseguridad les recuerda que la posesión total de una persona está fuera de lo natural. «O mía, o de nadie»; «Mejor muerto que de otra». Me refiero, claro está, a impulsos de amor y pasión entre individuos de los dos sexos tradicionales, no de los 17 de Irene Montero. Ahora, con la transexualidad se está armando la gorda en el deporte. Un tipo atlético y desarrollado que se llama Manolo, se convierte en mujer y recibe el nombre de Iris Vanessa, se apunta como Iris Vanessa a una competición deportiva femenina, y gana de calle. Pero ese problema no me afecta, y lo he recordado sólo con la intención de molestar.
Las reacciones de hombres y mujeres que aman con ferocidad exclusiva a otra persona pueden llegar a inadmisibles comportamientos e injusticias. El hombre despechado es más bruto y primitivo. La mujer, infinitamente más sutil e inteligente en el quehacer dañino de la venganza.
Si el hombre al que ama apasionadamente pasa de ella, su amor se convierte en un volcán de resentimientos vengativos de imposible alivio.
De ahí que haya alcanzado una conclusión bastante original, y de cuya extravagancia rayana en la realidad, me felicito.
La fiscal general María Dolores Delgado está enamorada del Rey Juan Carlos I. El Rey no corresponde su pasión enfermiza, y está usando y prevaricando de sus poderes para culminar la venganza.–O mío, o de nadie–. Lo de Baltasar Garzón es una coartada, una añagaza de despiste. No puedo ponerme en la piel de una mujer porque no lo soy. Pero me figuro el tostón de desayunar todos días con don Baltasar. Si se aplica a la pareja Garzón-Delgado la definición del amor del gran escritor de humor italiano Pitigrilli, se entiende el desvanecimiento amoroso y la ira creciente en pos de la venganza de nuestra volcánica fiscal. «El amor es un beso, dos besos, tres besos, cuatro besos, tres besos, dos besos, un beso»… Lo mismo sucede con los besos que con los desayunos. Se acaba por renunciar a desayunar, y en ayunas, las venganzas son más hirientes. Dolores Delgado está agriada, pero mantiene algo de su viejo atractivo. Garzón resulta muy decepcionante. «Jamás te fíes de un hombre con aspecto de barítono y voz de tenor». Sucede que es muy probable que Dolores Delgado no se haya apercibido del origen de su amargura y su obsesión contra el Rey Juan Carlos. Que desea con furia terminar con él para no tener que pensar en él. Si a esta situación se suma la orden de Pedro Sánchez para que lleve hasta el final el odio amante de su frustración, nos topamos con el despropósito de la vengativa injusticia prevaricadora. Que en cuestiones de prevaricación, doña Dolores ha tenido estos últimos años un excepcional maestro a su lado.
Conocí a una bellísima y atractiva mujer de Guadalajara que se enamoró como una loca de John Kennedy hijo. Hijo de Kennedy y de Jacqueline Bouvier, señora de Kennedy y posteriormente de Onassis, porque no le gustaba el poder. Y aquella chica de Guadalajara se instaló en Nueva York, y al cabo de cuatro años, se dio por vencida. John Kennedy no se había enterado de su presencia en Nueva York. Volvió a España odiando a todos los Kennedy, que no tenían la culpa de nada. Y cuando, lamentablemente, John Kennedy Bouvier falleció pilotando su avioneta en compañía de su novia, lo celebró con una fiesta. «Ni para mí, ni para ella», sentenció.
Cuando en todas partes están dando carpetazos archivando las falsas acusaciones contra Don Juan Carlos, la feroz enamorada sigue prorrogando los plazos de investigación. Quiere que el Rey no vuelva a España, para mantenerse en un estado de mayor tranquilidad. La lejanía suaviza las pasiones. En el fondo, a Dolores Delgado le sucede lo que a una amiga donostiarra a la que me encontré llorando en el malecón de Ondarreta.
–¿Qué te pasa? –inquirí.
–Que estoy enamorada hasta las cachas de Javiercho, y Javiercho no me hace ni puto caso.
Igual que el Rey a ella.