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Reyezuelos por un día

Las comunidades nacieron para mejorar la vida de los ciudadanos y aunque algunas lo han conseguido, la sensación general es que se han convertido en mini clones del Estado, emborrachados de burocracia y clientelismo

Hay unos cuantos aspirantes a reyezuelos por un día, que se asomarán hoy a las pantallas amigas, a las muy amigas y pensionadas sobre todo, para tener su cuarto de hora de gloria. Elegirán un atrezo escenográfico con mucho perifollo institucional, a pequeña escala del mensaje navideño de un Rey (fue Jorge V de Inglaterra quien inauguró la tradición en 1932) o de un presidente de la República (Roosevelt le siguió en 1933). Serán como los «miniyo» de Felipe VI o Emmanuel Macron y colocarán a su vera sus respectivas banderas autonómicas, símbolo de una «tradición» que se remonta a «siglos de historia». Vamos, más o menos a un puñado de años en el mejor de los casos. Que tiemblen las piedras de El Escorial.

Es verdad que entre estos gobernantes regionales hay unos cuantos que, más allá de la pantomima de los discursos impostados de hoy, se toman en serio su labor y lo han demostrado, sobre todo estos dos últimos años, apagando los fuegos que Pedro Sánchez ha alimentado en la pandemia al grito de «a mí la cogobernanza». Incluso los hay que no caen en esta surrealista escena antes de las uvas. La parafernalia que se despliega con lo mensajes de fin de año de los presidentes autonómicos tiene un punto ridículo, muy ridículo, que empaña y desluce lo verdaderamente importante. En especial, cuando la mayoría de esos dirigentes nos hablan desde televisiones con deudas de más de 200 millones al fisco y gestiones deficitarias, desde canales mayoritariamente convertidos en instrumentos de propaganda, detalle que cuestiona todavía más el desparpajo con que nos meten la turra anual.

Ese punto absurdo escala un grado más hasta llegar a la vergüenza en el caso del presidente catalán, Pere Aragonès, o en el del lehendakari, Íñigo Urkullu, que asperjarán su perorata de hoy –como si lo viera– de supremacismo, odio a España, victimismo y delirios emocionales sobre no sé sabe qué repúblicas inventadas o RH diferentes. También tendrán su hueco televisivo socialistas convertidos en sucedáneos nacionalistas que con buenas palabras venderán solidaridad e incluso se la pedirán al Estado, mientras alimentan el pancatalanisno y la discriminación. Porque de todo hay en el reino de las taifas.

Las comunidades nacieron para mejorar la vida de los ciudadanos y aunque algunas lo han conseguido, la sensación general es que se han convertido en mini clones del Estado, emborrachados de burocracia y clientelismo. Es una pena porque yo creo que fue una buena idea de los padres de la Constitución que tanto el PP como el PSOE terminaron convirtiendo en un problema más que en una solución, al descentralizar hasta el tuétano del Estado. Con todo, no se traguen las uvas de la ira que, mientras engolan la voz, unos y otros servirán en nuestra mesa hoy. Les deseo a todos un feliz 2022.