Fundado en 1910

Pero qué cosas nos suelta esta Yolanda

Asombra el mesianismo con que habla una política de tan enjuta trayectoria

Algún ministro decapitado me ha contado que al día siguiente del cese le resultaba extraño acometer actividades tan cotidianas como tomar un taxi, o comprarse un billete de avión. Ya no había chófer ni secretaria a su servicio.

El poder cambia a las personas. Imagínate que tras tres lustros en política no has pasado de teniente de alcalde en Ferrol y diputada autonómica. Pero de repente, a los 50 tacos, resulta que te ves convertida de chiripa en vicepresidenta del Gobierno de España, merced a una carambola derivada de las componendas de Sánchez y Podemos. Es comprensible que se te suba un poco el pavo, porque has ascendido a una poltrona con la que ni habrías soñado un par de años atrás. Pero aún así, la manera en que se ha puesto a levitar Yolanda Díaz provoca cierto sonrojo. El mesianismo con que diserta una política de tan enjuta trayectoria genera un poquillo de vergüenza ajena: «No me quiero presentar a las elecciones. Quiero hacer algo mucho más difícil, que es abrir una conversación con la sociedad española y cambiar los parámetros», nos dice Díaz. Semejante proclama es, por supuesto, una coña marinera, porque en realidad Yolanda está desesperada por presentarse a las elecciones y porque ella carece de la importancia, el peso intelectual y el ideario abierto requeridos para poder interpelar a la sociedad española desde semejante atalaya de arrogancia política.

Yolanda Díaz está hoy al frente de la tienda podemita simplemente porque ahí la colocó Iglesias Turrión en marzo del año pasado. Fue su último dedazo orgánico tras verse forzado a dejar la política, una vez que los españoles se hartaron de su gandulería y cantamañanismo y le dieron la espalda en las urnas. Yolanda está inmersa en una intensa campaña de autopromoción (pasarela textil incluida) y se ha montado el cuento de la lechera de que puede resucitar a Podemos mediante un perfil un poco más amable y montando una pandi de lideresas súper-progre-guays junto a eminencias como Colau, Mónica García y Mónica Oltra.

«¿Quiero ser vicepresidenta? Ya sabe todo el mundo que no», se responde a sí misma una de las políticas con más avidez de poder que circulan hoy por España. ¿Aspira a presentarse a las elecciones generales? «No estoy en eso, y lo digo con sinceridad». No se rían, que ya lo estoy haciendo yo: parece que el gusto por mentir que distingue al sanchismo se ha tornado contagioso y ya adorna también a sus socios comunistas.

«No estoy en un proyecto político, estoy en un proyecto social», advierte con aliento profético la Rosa Luxemburgo de Fene. Pero cuando le preguntan por importantes cuestiones concretas, como si apoya o no un referéndum en Cataluña, se escaquea con milongas huecas y tópicos del buenismo de cartón piedra.

El juego de la política es así, por supuesto. La ambición de trepar y mandar resulta inevitable. Pero se le agradecería a esta veterana dirigente comunista, que ya es un poco mayor para jugar al candor adolescente, que tuviese la delicadeza de jugar con las cartas boca arriba y no tomar al pueblo español por una panda de garrulos a los que se les puede vender pompas de jabón.