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No es Garzón, es Sánchez

Al ministro le pagamos todos y es ya un peligro público para nuestra economía

La única carne mala que exporta España es la de ministro. Las carteras del Gobierno de Pedro Sánchez las ocupan, en la mayoría de los casos, individuos que no pasarían ni una prueba de idoneidad para el más elemental curro. Si a Alberto Garzón, Irene Montero, Ione Belarra, Yolanda Díaz o Miquel Iceta no les hubiera tocado la primitiva de estar en política en el malbaratado mercado de fichajes de Pedro Sánchez, tendrían crudo ganarse la vida. Y de entre todos ellos, la estulticia se ha sentido generosa con Alberto Garzón, del dúo cómico Los Garzón, dos hermanos que se dicen economistas y que lo que realmente practican es el humor. Humor negro, claro.

Ambos hermanos, hijos de un comunista seguidor de Cayo Lara (nadie es perfecto), compiten por decir la majadería más gorda y, de paso, hacer daño a España. Al ministro le pagamos todos y es ya un peligro público para nuestra economía, pero no pierdan de vista a su hermano Eduardo, al que Alberto ha colocado en las teles que van de rojas pero que gestionan magnates que se forran sembrando de odio nuestra vida e insultándonos, mientras les subvencionamos con nuestros impuestos. Mientras Alberto arruina al sector cárnico español, tras haberlo intentado con el turístico, su hermanito va diciendo que los problemas económicos de España se arreglan en un pispás: fabricando billetes. Porque según la mitad del dúo Los Garzón, el dinero es un invento del ser humano y se puede crear sin límites. En esa familia, como ven, no cabe un iluminado más.

Hasta hace poco nuestro Alberto llevaba en la carcasa de su móvil la imagen de Carlos Marx, padre intelectual de este Dúo Sacapuntas de tres al cuarto. Pero a quien debería llevar es al responsable de su desvergonzado nombramiento, que no es otro que Pedro Sánchez. Porque le podemos dar todas las vueltas cómicas que quieran a la biografía de Garzón&Cía, pero quien firmó el nombramiento de este indocumentado como ministro del Reino de España es Sánchez; quien le sienta en el Consejo de Ministros todas las semanas es Sánchez; quien troceó el Departamento de Sanidad para darle una migaja de cartera de Consumo (antes poco más que una dirección general) es Sánchez; quien consintió que Pablo Iglesias usara el Presupuesto del Estado para agradecer a Garzón que se cargara Izquierda Unida es Sánchez; quien asume toda su incompetencia al no haberlo destituido fulminantemente es Sánchez.

Comprendo que para Pedro Sánchez (que se ha cargado nuestros valores, que trata de malos a los buenos y maquilla de buenos a los malos, y pacta con el mismísimo Lucifer) será difícil de entender esto: Garzón está jugando con fuego, que es el prestigio de la mejor España, la exportadora, la que cautiva al mundo con sus productos nacionales. Y hay cosas que se rompen y es muy difícil repararlas. A estas alturas ya no sé si lo de los Garzón es una pura provocación o creen lo que dicen. Pero tanto da. Porque un ministro de un Gobierno, (nuestro empleado –no lo olvidemos–), no puede decir lo que piensa, si lo que piensa atenta contra los intereses nacionales. Al que entrevistó The Guardian no era al ciudadano Garzón, que no tendría ni media entrevista en la hoja volandera de mi pueblo, sino al ministro de Consumo. Y de sus palabras se derivan responsabilidades patrimoniales que habrá que demandar a Garzón y a su jefe, que hoy tendrá el cinismo de celebrar dos años de investidura en La Moncloa con un buen chuletón, pagado por usted y por mí, de uno de los mejores sectores cárnicos del mundo. El español.