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De don Plácido a Moniqueta

De don Plácido a Moniqueta media un abismo tan profundo como el que separa a sir Alec Guinness de Javier Bardem, el condecorado por Iceta. Pero lo de la Oltra resulta tan perverso como insoportable

Esa gamberrada con carácter retroactivo –y en muchas ocasiones vengativo–, del movimiento Me Too, a un paso estuvo de terminar con la grandiosa carrera artística de Plácido Domingo. Con treinta años de retraso, una cantante inmersa en la mediocridad, que confundía el do con el fa, le acusó de acoso sexual. Dijo que don Plácido posó una mano sobre uno de sus muslos. Se suspendieron óperas y conciertos, también en España, con el gran tenor y barítono de protagonista. El genial artista madrileño tuvo la debilidad de disculparse, que no es lo mismo que reconocer el presumible aterrizaje muslero del que fue acusado. Menos mal que el gran director Herbert Von Karajan falleció con anterioridad a esa aproximación a la impostura del movimiento Me Too, desahogo de frustraciones y falsedades y caudalosa fuente de ingresos imprevistos. En la XXI Gran Gala de la Zarzuela, que aconteció en el Auditorio Nacional de Música de Madrid a Beneficio de Cáritas y fue presidido por la Reina Sofía, don Plácido cantó y obtuvo un éxito clamoroso. Y me he referido a Von Karajan por su extendida fama de seductor impenitente. Cualquier profesora solista de flauta de las Filarmónicas de Berlín o Viena, o una arpista, o violinista enfadada con su carrera, nos podrían haber privado de uno de los directores más grandes de la historia. Bretón de los Herreros, retrata en versos las cualidades del pianista Juan Arango.

A Juan Arango, pianista de gran fama,

decía la otra noche cierta dama:

¿No me toca usted nada

Que a pasar nos ayude esta velada?

Y complaciente Arango,

Por tocarle algo, le tocó el fandango.

Estos poetas del XIX, tan suyos y complacientes. De haber vivido en nuestros tiempos, Juan Arango estaría en la cárcel, en una celda desocupada por un terrorista de la ETA, por tocar fandangos. Pero en fin, así es si así os parece, como la comedia de Pirandello, y no hay vuelta de hoja.

Si bien, es un decir para salir del paso que no hay vuelta de hoja. Para algunos hay vuelta de muchas hojas y no sucede nada. Por ejemplo, para Mónica Oltra, cuyo marido abusaba de menores tuteladas por el Gobierno valenciano, del que Mónica Oltra es su vicepresidente y consejera de Igualdad y Políticas Inclusivas, que suena muy bien. Teresa, con 14 años fue víctima de los abusos de su educador, Luis Eduardo Ramírez, exmarido de la señora Oltra. No fue el único caso, se supera el centenar. Teresa ha cumplido 18 años y está en la calle. Y le ha concedido una entrevista a Inma León, redactora del diario El Mundo. No parece Teresa una joven carcomida por el rencor y el deseo de venganza. «No le tengo rencor a Mónica Oltra, pero creo que escondió mi denuncia». E insiste en el carácter no político de su denuncia. «No me manipula nadie. Solo quiero defenderme. Aquí no hay política».

Teresa no guarda rencor a Mónica Oltra a sabiendas de que Mónica Oltra escondió su denuncia. Ha sufrido el desamparo de la Generalidad de Valencia, que por apoyar al exmarido de la vicepresidente y consejera de todas esas cosas, ocultó y traspapeló la denuncia de una niña violada. Esto no se parece en nada al caso de Plácido Domingo, por el que fue perseguido, insultado y masacrado. Si Mónica Oltra ocultó la denuncia de Teresa, Mónica Oltra tendría que dimitir y dar la cara ante el Juzgado. Porque de lo contrario, podría ser acusada de complicidad con el violador de una niña de 14 años tutelada bajo su responsabilidad. Pero ahí sigue, abrazándose a Yolanda Díaz e Irene Montero. De don Plácido a Moniqueta media un abismo tan profundo como el que separa a sir Alec Guinness de Javier Bardem, el condecorado por Iceta. Pero lo de la Oltra resulta tan perverso como insoportable. No lo escribo yo. Lo ha dicho Teresa, la niña violada, silenciada y abandonada en la calle.