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La norma es (solo) la norma

En el córtex tenemos impreso que a lo que debemos aspirar es a la justicia, y a eso debe responder la norma, ese es en el fondo su valor

Estos días mucha gente odia e insulta a Rafa Nadal por las declaraciones que ha hecho sobre otro tenista, Novak Djokovic. Parece que no hay término medio: o estás con él o estás contra él. O es un ser de luz o es socio del príncipe de este mundo.

Esta visión maniqueísta de la realidad se ve favorecida y magnificada gracias a la función que cumplen las redes sociales, que no es otra que la de calentarnos la oreja para que estallemos, consiguiendo que al hacerlo aparquemos y funcionemos a base de tópicos y esputos de 160 caracteres.

Y claro, el lenguaje que usamos determina. Hasta el punto de modificar el pensamiento. No en vano los mayores crímenes se intentan presentar con un envoltorio bonito.

Y lo digo porque nadar en el mar de Twitter no nos sale gratis y nos afecta el modo que tenemos de afrontar la realidad y razonar. Escribir a base de esputos y tópicos hace que pensemos abrupta y superficialmente.

El caso es que hoy no quiero hablar de vacunas ni de aeropuertos ni de tenistas, de esto ya se ha hablado mucho y no me parece el tema principal. El melón más importante sobre este asunto lo ha abierto Nadal, a bien seguro, involuntariamente:

«El mundo ya ha sufrido lo suficiente como para no seguir las normas».

Se ha instalado en nuestro córtex que lo importante es seguir las normas. Que las normas nos salvan y protegen. Lo bueno no es lo bueno en sí, lo bueno es la norma. Se llama positivismo jurídico y es peligrosísimo.

Y ya sé que Rafa seguramente no estaba hablando de nada de todo esto, pero, puesto que lo dijo, ahora podemos hablar nosotros.

Nuestro sistema se fundamenta en esto, dejamos a la intemperie grandes cuestiones, a la espera de que llegue una masa para destruirlas o para encumbrarlas. Y todo está bien, da igual lo que se decida. Lo importante es lo que la masa decida, porque eso se convertirá en ley.

Así se han perpetrado auténticos genocidios a lo largo de la historia (y se siguen perpetrando). Respaldados por una mayoría y perfectamente legales.

Y entono el mea culpa, porque sobre esta cuestión, cuando sucedió todo el lío de octubre del 17 en Cataluña, yo también contribuí a sembrar confusión. Con demasiada frecuencia hablábamos de leyes sin atender a la raíz del problema. Lo importante no es que no fuera legal, sino que no era justo.

Y para cerrar este melón creo que podemos acudir también a Rafa Nadal, pero al de 2019 cuando dijo:

«Las normas de Wimbledon no son justas» (2019). Y tras mucho pelear consiguió cambiar las reglas de la ATP.

Lo que nos demuestra que en el córtex tenemos impreso que a lo que debemos aspirar es a la justicia, y a eso debe responder la norma, ese es en el fondo su valor.

Las normas, igual que la libertad, por sí solas carecen de valor. En el primer caso lo que importa es que sean justas. En el segundo, responder a la pregunta ¿para qué?

Y es que la norma es (solo) la norma.