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El pijiprogresismo

Vacas sibaritas, agricultura ecológica, coches e impuestos verdes… ¿Y quién paga? El socialismo de boutique ignora los apuros de muchas familias para subsistir

Se trata de una parábola bien conocida en el mundo anglosajón, que provocó en su día los aldabonazos de Trump y Boris Johnson. La izquierda estadounidense y británica se volvió cada vez más pijilla y urbanita. Se fue olvidando de sus votantes tradicionales, las amplias clases trabajadoras, que al verse desatendidas acabaron abrazando opciones conservadoras, que sí les hablaban de sus preocupaciones cotidianas.

Veamos el caso paradigmático del laborismo británico. El partido germinó en las duras cuencas mineras y en el sindicalismo fabril de la post Revolución Industrial. Pero llegado el siglo XXI, la formación acabó viéndose dominada por el denominado «izquierdismo del Norte de Londres», en alusión a los gratos barrios metropolitanos donde viven muchas de sus figuras. Esa nueva cúpula saturó el discurso del Partido Laborista de ecologismo, causa palestina, feminismo, lucha gay, pacifismo antinuclear… El resultado es que acabaron perdiendo toda sintonía con sus grandes caladeros electorales tradicionales, el llamado «Muro Rojo». Y es que en la Inglaterra postergada de las provincias norteñas nada de ese debate formaba parte de sus desvelos. Lo que sí les quitaba el sueño era la falta de empleo, la inseguridad en las calles, la presión migratoria sobre los servicios sociales… El resultado es que llegaron las elecciones de diciembre de 2019 y Boris ganó de calle en lo que siempre habían sido inexpugnables circunscripciones laboristas. Los trabajadores de presente y futuro gris, desconcertados además por las novedades de la globalización, ya no se reconocían en el socialismo de boutique de Jeremy Corbyn y otros diletantes londinenses.

El Gobierno de PSOE y Podemos encarna también ese fenómeno, que podríamos denominar el pijiprogresismo. A todos nos encanta que las vacas pasten en granjas de película de Disney y que los pollos hagan aerobic y se alimenten con el grano más exquisito. A todos nos agrada ahorrarnos malos humos y por supuesto vemos bien que por nuestras atestadas ciudades circulen flamantes coches eléctricos. A todos nos gustan más las energías verdes que las plantas de carbón guarro que empuercan el aire. A todos nos saben mejor las fresas y tomates ecológicos que los insípidos vegetales de nuestro súper de cadena habitual. Pero resulta –ay– que toda esa oferta verde tiene un precio y la realidad es que millones de familias españolas no pueden permitirse pagarlo. No les llega el dinero para las exquisiteces que les predica Alberto Garzón. Así de sencillo.

Muchas familias españolas pueden comer carne en abundancia gracias, precisamente, a las grandes granjas que denuesta nuestro ministro de Agricultura. Pueden tener un coche, sí, pero no permitirse cambiarlo por uno nuevo eléctrico, porque es más caro. Las familias de economía apurada se están viendo obligadas a apoquinar en su recibo de la luz la encantadora «transformación ecológica» de la UE y de nuestro Gobierno (que en buena medida hacen el panoli, pues los mayores contaminadores del mundo, China, India, Rusia y Estados Unidos, siguen manchando sin cortarse y ahorrándoles la consiguiente factura a sus contribuyentes).

El Gobierno pijiprogre enreda con su ingeniería social, mientras se inhiben ante el drama cierto de que somos el segundo país de la UE con mayor paro juvenil. El Gobierno pijiprogre inventa polémicas artificiales, pero se muestra incapaz de tomar una sola medida que dé facilidades a los empresarios, motor del empleo y del consiguiente bienestar general. A las familias que comen espaguetis, arroz y pollo barato para poder llenar el estómago a fin de mes, el Gobierno pijiprogre les propone chuletillas híper-verdes de precio estratosférico, pescado salvaje (que está por las nubes) y rúcula y quinoa ecológicas.

Unos políticos pijiprogres que no han visto un obrero delante en toda su vida, que jamás han tenido una nómina en una empresa privada, que no saben lo que es currar al límite para sacar adelante a una familia de dos o tres hijos. Unos políticos pijiprogres que con sus fijaciones doctrinarias están espantando la inversión exterior y restando oportunidades; que se han conchabado con un sindicalismo irrelevante, que atiende solo al trabajador asentado y deja tirado al que realmente está en una situación de debilidad.

Por favor, aterricen. Dejen de dar la murga y preocúpense de los auténticos problemas de las familias.