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Publicidad rimada

Me he abrazado al recuerdo, al humor y al costumbrismo. Porque sé que, por desgracia, de los traidores, los imbéciles, los chulos y los sinvergüenzas tendré que ocuparme mañana, y pasado mañana, y así, hasta que dejen de gobernarnos, si ello es posible

Pasó el tiempo en el que lo más interesante y bien hecho en la televisión era la publicidad. No se ha mejorado todavía la proyección completa del anuncio de Tío Pepe de González Byass, con las botellas y los catavinos danzando, como si fueran bailarines del Ballet Moisseiev, al compás del Zapateado de Sarasate. Ahora, la publicidad es como la sociedad. Gris oscura. Un tostón.

Pero con anterioridad a la publicidad artística, se puso de moda la publicidad rimada. Aquel gran madridista, el perfumero y droguero Juanito Padilla, insertaba su pareado favorito en el Carrusel Deportivo de la SER libre, que no es la de ahora. «Aféitese la barbilla / con máquinas de Padilla».

Memorable la publicidad impresa en las palentinas bolsas de Pipas Facundo. Un torero descabella al toro, y en una nube se leía y se sigue leyendo en la actualidad: «Y dijo el toro al morir:/ –Siento dejar este mundo/ sin probar Pipas Facundo–». No me gustan las pipas, pero compro todos los años unas decenas de bolsas que más tarde regalo al primer niño que pasa a mi lado en señal de gratitud y apoyo.

Durante una época, al envoltorio de plástico transparente se le decía «de plexiglás». Inolvidable quintilla la que recomendaba el uso del papel higiénico El Elefante:

Suave y fino como un guante;
​Envase de plexiglás.
​El papel de El Elefante
​Es muy bueno por delante
​Y excelente por detrás.

En Colombia, se promocionaba de esta manera una fábrica de ataúdes:

Mire bien este ataúd,
​Que puede ser para Ud.

De ser Garzón publicitario con sentido de la rima y la métrica, habría acuñado y distribuido por los periódicos subvencionados el siguiente terceto:

Como las carnes son malas,
​En casa como percebes
​Cuando no hay buenas cigalas.

Pero el no va más de la publicidad rimada es obra del poeta de Bogotá Federico Martínez Rivas, como nos recuerda en su libro Versos Chuecos el escritor Daniel Samper Pizano. Es extenso, pero merece la pena una inversión de paciencia. El poema se titula El Pobre Don Pancho y es un canto a las bondades de la Cafiaspirina, competencia de la Aspirina de Bayer, la de toda la vida. Don Pancho sufre de fuertes jaquecas, y los animales de su rancho sienten una profunda tristeza por el sufrimiento de su patrón.

El pobre don Pancho
​Que vive en su rancho
​Con su mula negra, su vaca barcina,
​Su perro, su gato, su alegre cochina
​Y otros animales de igual condición,
​Hoy está gimiendo con honda tristeza.
​¿Qué tiene don Pancho?
​¡Dolor de cabeza!
​¡Pobrecito Pancho de mi corazón!
​Bajando la oreja
​La mula se queja;
​Lloran la cochina, y el perro, y el gato;
​Solloza el conejo, da gritos el pato;
​La vaca no quiere dejarse ordeñar.
​Todos por el amo sufren pena intensa,
​Y hasta un ratoncito que anda en la despensa
​Mirando a don Pancho se pone a llorar.

Es entonces –y ahorro a los lectores dos estrofas–, cuando don Pancho recuerda que tiene guardadas unas tabletas en un armario. Las encuentra, y con gran esfuerzo, se traga dos de ellas con la ayuda de un vaso de agua.

De pronto da un salto
​De tres varas de alto.
​Y exclama dichoso con voz conmovida:
​«Mi mula del alma, mi vaca querida,
​Mi perro, mi liebre, mi pobre ratón;
​Ya pasó mi pena, ya estoy aliviado,
​La cafiaspirina ¡remedio adorado!
​Ha sido la tabla de mi salvación».
​Y se arma en el rancho
​Un gran zafarrancho;
​Bailan como locos el perro y el gato;
​Rebuzna la mula, da saltos el pato;
​El señor conejo baila un rigodón;
​Se muere de risa la vaca barcina,
​Baila en una pata la alegre cochina,
​Y en medio de aquella feliz confusión,
​«¡Viva –grita Pancho– la cafiaspirina!
​¡La cafiaspirina de mi corazón!».
​Invencible.

Y mis lectores de El Debate, con todo derecho se preguntarán: «Y con la que está cayendo, ¿qué hace este tipo escribiendo de estas tonterías?».  Mi respuesta es simple.

Hoy, aquí en el norte de España, el que abarca desde Galicia al Cabo Híguer de Fuenterrabía, en Guipúzcoa, última roca de nuestra Patria, ha amanecido el día triste, con el cielo cubierto como panza de cimarrón. Y mi pretensión no es otra que escapar de la melancolía y el hastío, e intentar que la lectura de este texto improvise alguna sonrisa. Porque estoy harto de escribir de traidores, imbéciles, chulos y sinvergüenzas. Y me he abrazado al recuerdo, al humor y al costumbrismo. Porque sé que, por desgracia, de los traidores, los imbéciles, los chulos y los sinvergüenzas tendré que ocuparme mañana, y pasado mañana, y así, hasta que dejen de gobernarnos, si ello es posible. Disculpen mi atrevimiento. Si sonríen, he ganado.