No me gustan
Colaborar desde el poder con un delito es un grave delito. Mónica Oltra tendrá que explicarlo en el Parlamento de Valencia. Su actitud merece toda suerte de adjetivos calificativos desprovistos de piedad y prudencia
Recuerdo una singular pelea entre dos conductores en plena calle de Serrano. Se liaron a tortazos cuando todo parecía que se iba a solucionar por la senda del civismo. Uno de ellos, más faltón, le llamó al otro de todo. Meneó a sus muertos, emborronó el honor de su madre y le aplicó a la frente una cornamenta de venado medalla de oro. El insultado, soportó la retahíla con estoicismo. Y llegó un coche de la Policía Municipal. El estoico, sintiéndose amparado por la autoridad, se dirigió al irascible con la voz entrecortada y nerviosa. «¿Sabe que le digo? Que usted es un chisgarabís, un petimetre y además, muy feo». El insultador se puso como un basilisco y fue hacia él. Hubo intercambio de sopapos. De no hallarse la Policía Municipal, el más violento le habría abierto la cabeza al débil. No se sabe qué le molestó más. Si ser definido, con la mayor educación, de chisgarabís, de petimetre o de muy feo. El público se puso del lado del más pacífico y ovacionó a la autoridad cuando se llevó arrestado al bestia.
Insultar es fácil. Insultar bien, más difícil. El bestia arremetió contra la madre del otro, la mujer del otro y los muertos del otro, y el otro se limitó a responderle que era un chisgarabís, un petimetre y muy feo. A tortazos ganó el bestia, pero el vencedor del debate dialéctico fue el más menguado, del que recuerdo su voz perforante y su cara de pez. Recibió del público toda suerte de parabienes y felicitaciones.
El País, con anterioridad a la actual etapa de la señora o señorita Bueno, dedicó a los trajes de Francisco Camps más de 60 titulares en portada. De la niña de Valencia abusada sexualmente por el marido de Mónica Oltra, se ha ocupado muy poco. Camps ha sido absuelto por la Justicia, y Mónica Oltra está pendiente de ella. La que no puede mostrar su alegría por su liberación judicial es Rita Barberá, perseguida como Camps por El País y Mónica Oltra, abandonada por el Partido Popular –¿lo recuerda el señor Javier Maroto?–, y cuyo corazón no pudo soportar la presión de la persecución y la calumnia. Porque Mónica Oltra, Miss Compromís, se dedicó a fustigar a una y al otro sin argumentos, pruebas ni misericordia.
La actual vicepresidente de la Generalidad de Valencia y consejera de Igualdad y Políticas Inclusivas, Mónica Oltra, es una nacionalista camuflada. Catalanista, acusadora de Rita, acosadora de Camps, portacamisetas, amiga de Yolanda, Irene y la Belarra, enemiga del español como idioma común –está más cerca de Rufián que de Blasco Ibáñez–, y responsable de la tutela de más de 150 menores que han sido víctimas de abusos sexuales en establecimientos dependientes de su gestión. Entre ellas, Teresa, violentada por el marido de Mónica Oltra cuando la víctima tenía 14 años. Teresa ha denunciado públicamente que Mónica Oltra escondió su denuncia para no perjudicar al exmarido, si bien la que no quería salir perjudicada era ella, por indolente, incompetente y voluntariamente invidente.
Un personaje así tendría que haber abandonado la función pública y la política. Su partido catalanista, para dar ejemplo, debería expedientarla y decretar su expulsión inmediata. Colaborar desde el poder con un delito, es un grave delito. Mónica Oltra tendrá que explicarlo en el Parlamento de Valencia. Su actitud merece toda suerte de adjetivos calificativos desprovistos de piedad y prudencia. Pero he recordado al reiteradamente insultado que respondió al insultador con un «usted es un chisgarabís, un petimetre y además, muy feo». Hay que renunciar a la aspereza semántica.
No me gustan nada los muslos de Mónica Oltra.