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¿Una fábrica de borricos perfectamente adoctrinados?

Los chavales se empaparán de monserga «progresista», pero no estudiarán a los Reyes Católicos, el descubrimiento de América, la Escuela de Salamanca…

La gran liza del momento presente es la llamada «guerra cultural». Se trata de la disputa que marcará el devenir de nuestras sociedades, pues afecta a lo que siempre ha sido y será el auténtico motor del mundo: las ideas, la manera de pensar de las personas.

Hoy está en marcha un intento de imponer una determinada ideología como la única correcta y admisible: el autodenominado «progresismo». Lo fomentan algunos gobiernos, como el que eventualmente manda en España. Pero también lo inculcan de manera más o menos sutil las plataformas de «streaming» con las que nos entretenemos, o los colosos tecnológicos de apariencia falsamente bonachona (que se lucran con la minería de datos a costa de nuestra intimidad).

No hay palanca más potente para cambiar la faz de una sociedad que la educación. Lo vio muy claro en su día el perspicaz Jordi Pujol, golfo afanador con los dineros públicos, pero jamás tonto. Sabía que la escuela podía convertirse en una fábrica de nacionalistas (y por desgracia le salió bien).

El Gobierno de Sánchez y Podemos, consciente de su torpeza en la gestión, en realidad se dedica a otra tarea: la ingeniería social. Están enfrascados en un proyecto para mudar para siempre la mentalidad de los españoles. Se trata de cambiar la economía liberal por una igualación a la baja de aroma socialista. Se trata de erradicar el hecho religioso, que sustituyen por el sucedáneo de pseudo credos, como la sacralización del ecologismo y el feminismo. Se trata de ir contra la dignidad de la vida humana, lo que el Papa llama con acierto la subcultura «del descarte». Se trata de crear una sociedad adanista, sin historia ni tradición, donde solo importe la monserga izquierdista, el victimismo, la corrección política y la aversión a los ciudadanos libres que se esfuerzan por prosperar.

La educación es la piedra angular de toda esa ofensiva. Se están poniendo en marcha planes educativos que son una auténtica loa a la burramia. Los chavales españoles pasarán de curso sin rascarla y con un carro de suspensos a cuestas, siempre que se adapten a lo que nuestras autoridades educativas socialistas llaman «el perfil de salida» (al sanchismo le chiflan los eufemismos gilis). El Gobierno acogota la asignatura de Religión y ni siquiera permite que sea sustituida por una Historia de las Religiones. La alternativa a Religión será la flamante asignatura de «Atención Educativa», que «fomentará la autoestima, la autonomía, la reflexión y la responsabilidad» (más pamplinada «progresista»). Las matemáticas se abordarán con «un sentido socioemocional». Con paridas como esta, con esa manifiesta alergia al esfuerzo, el talento y la excelencia, la humanidad jamás habría disfrutado de los logros de luminarias como Newton, Einstein o Grigori Perelman.

Pero lo más grave es lo que ocurre con la enseñanza de la Historia. Los alumnos de 12 a 16 años serán unos catetos, pues prácticamente no se les enseñará la historia de España anterior a la Constitución Liberal de Cádiz de 1812. El sanchismo estima que solo con la Pepa empieza la «memoria democrática», que es lo único que a su juicio es digno de atención. Los chavales españoles tendrán que estudiar obligatoriamente la «cultura del pueblo gitano» y las menudencias híper locales que programe la comunidad autónoma de turno. Pero en las aulas no se les hablará de la romanización de España, la Reconquista, los Reyes Católicos, el descubrimiento y conquista de América, el pionero parlamentarismo leonés, o el hito de la Escuela de Salamanca, en cierto modo precursora de lo que hoy llamamos «derechos humanos». El mayor hito de nuestra nación, su imperio universal, cuyo móvil fue el afán de propagar la fe católica por todo el orbe, desaparece de un plumazo, como si la historia de España fuese la de las Islas Feroe.

¿De qué va todo esto? Pues es evidente: de intentar fomentar remesas de borricos perfectamente adoctrinados en el credo del poder único. ¿Exagero? El tiempo dirá (y el resultado de las elecciones de 2023, que por todo lo dicho se tornan absolutamente cruciales). Ocho años de sanchismo y aquí ocurrirá lo que decía el viejo Guerra: «A este país no lo conocerá ni la madre que lo parió».