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Jardineros

Me parece muy bien que las manos que antaño asesinaron, hogaño se afanen en las flores y las cerámicas. Pero esos bellos menesteres, esas artesanías, se pueden aprender perfectamente en los interiores de las cárceles

En 1958 se editó en Buenos Aires la obra cumbre del filólogo vasco don Isaac López-Mendizábal, autor del Diccionario Castellano-Euskera, Euskera-Castellano compilado en Tolosa en 1916. Don Isaac era alumno, no coincidente en el tiempo, del gran maestro el Padre Manuel María de Larramendi, jesuita, autor del Diccionario Trilingüe Vascuence-Español-Latino que conforma el «Corpus» fundamental del idioma vasco, dividido en siete dialectos. Larramendi dominaba los siete, el guipuzcoano, el vizcaíno, el alavés, el roncalés, el benavarro, el suletino y el laburtano, si bien su lengua materna era la guipuzcoana. La obra cumbre de su discípulo en el estudio del vascuence, don Isaac López-Mendizábal es, sin duda, Etimologías de Apellidos Vascos, cuya primera edición se ilustra con 50 grabados de la obra Ilustrations of the English Flora, de W.H. Fitch. Me recreo en el detalle porque esa caprichosa unión de los apellidos vascos con la flora se puede interpretar en el día de hoy como un vaticinio, un adelanto al gozo de la jardinería, arte y maña que servirán para que el Gobierno vasco del PNV saque de las cárceles a los terroristas de la ETA para que aprendan jardinería y cerámica, flores y alfarería. El actual «Vicelendakari» – la «h» de Lehendakari es un esnobismo semántico reciente–, Josu Erkoreka, puede encontrar el apunte de su apellido en la página 450, escrito con una doble «c». «Ercoreca». Los Ercoreca que emigraron a las Américas, indianos como los montañeses, asturianos y gallegos, mutaron su apellido Ercoreca por Ercolea en Uruguay y Ercoyen en Argentina. De tal modo que me van a permitir que al referirme al «Vicelendakari» lo haga a la manera elegida por López-Mendizábal, que de esto sabía mucho más que el «Vicelendakari» y el que esto escribe, juntos y sumados. Al menos sabemos que Ercoreca significa pasto o pastizal, minucia intrascendente pero orientativa.

El señor Ercoreca es un sentimental, y se ha reconocido profundamente apenado por la mala interpretación que se ha dado a su benéfico plan de soltar a la calle a los asesinos de la ETA, con sus manos manchadas de sangre inocente, para que aprendan a modular en los alfares cerámicas virtuosas y en las escuelas de jardinería, a distinguir, tratar, sembrar y florecer hortensias, begonias, lantanas, rosas y rododendros.

Esas flores y plantas que iluminan el Diccionario de López-Mendizábal, gracias al cual, sabemos que Ercoreca significa pastizal. El mío es más bonito. En su página 733 se lee: «Ussía. En B. y N. Campo de Gramas. Bosque, Arbolado». Reconózcame Ercoreca que el campo de gramas y el bosque tienen más atractivo que el pastizal, al menos para Walt Disney, aquel gran granuja. Lo que no entiendo es qué pinta Walt Disney en este texto, pero está claro que el responsable de ello soy yo.

Me parece muy bien que las manos que antaño asesinaron, hogaño se afanen en las flores y las cerámicas. Pero esos bellos menesteres, esas artesanías, se pueden aprender perfectamente en los interiores de las cárceles. Se limitan unos espacios concretos, se contratan profesores, y los terroristas que lo consideren conveniente, podrán asistir todos los días al alfar y el jardín, sin precisar ser puestos en libertad para ello. Incluso, para incentivar la afición de los asesinos a las flores y la cerámica artística, se pueden organizar concursos de rosas y jarrones, al cabo de los cuales, la vicepresidente del Gobierno y ministra del paro, Yolanda Díaz, con toda seguridad aceptaría presidir la entrega de los premios. Unos premios chulísimos, como corresponde.

Me limito, con la mejor voluntad, recomendarle a Ercoreca que no contribuya a humillar y envilecer, como es su costumbre, a las víctimas y familiares de las víctimas del terrorismo, que ya han sufrido en exceso. Unas descansan bajo tierra con flores sobre sus tumbas, y otras adornan las cruces de los suyos, con azulejos y cerámicas. Flores honestas del campo o los viveros, y azulejos limpios de manos manchadas de sangre. 

Atentamente, Ercoreca.