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Normalizando a ETA

Los mismos que reivindican una ley de memoria para recordar y condenar la represión de la dictadura franquista, y lo hacen mientras defienden las dictaduras comunistas, también exigen que normalicemos lo de ETA, porque en este caso es bueno y conveniente empezar de nuevo como si nada hubiera pasado

Ninguna sorpresa. El blanqueamiento de ETA sigue su curso y el Gobierno vasco ya ha adelantado que sacará a los etarras de las cárceles con «criterios científicos», es decir, con los criterios de la «ciencia» nacionalista, la misma ciencia que durante décadas hizo como que no veía los asesinatos de ETA, la misma que acusaba y acosaba a los perseguidos, la misma que pactaba con el brazo político del terrorismo mientras llamaba fascistas a los constitucionalistas.

Y lo hace con el aplauso de la izquierda gobernante, y ahí, en el entusiasmo de su colaboración sí que hay una cierta sorpresa. Porque una cosa es la derrota por resignación y otra por interiorización de los argumentos de los terroristas. Y no me refiero a los pactos de conveniencia de Pedro Sánchez con Bildu, sino a la manera en que una buena parte de la izquierda intelectual y periodística defiende el discurso de la «normalización», que es una continuación del discurso del «conflicto» entre los dos lados igualmente legitimados, los terroristas y los perseguidos.

De la misma manera que esa izquierda coincidía con el nacionalismo en aquello de que los asesinatos eran parte del conflicto, ahora pide normalizar el País Vasco. Es decir, sacar a los terroristas de las cárceles, olvidar sus crímenes y convivir en paz y armonía con los asesinos. Los mismos que reivindican una ley de memoria para recordar y condenar la represión de la dictadura franquista, y lo hacen mientras defienden las dictaduras comunistas, también exigen que normalicemos lo de ETA, porque en este caso es bueno y conveniente empezar de nuevo como si nada hubiera pasado.

Hay un error del constitucionalismo que ha contribuido al éxito de ese relato de la normalización. Y es esa insistencia en poner el foco de los argumentos casi en exclusiva en las víctimas y mucho menos en la democracia y en la libertad. O en el hecho de que los perseguidos fueron cientos de miles de personas en el País Vasco y en toda España, en que se trataba de un sistema represivo que cuestionó la libertad y los derechos fundamentales durante décadas. Ni siquiera el perdón de todas y cada una de las víctimas bastaría para justificar la normalización, porque eso implicaría, y de hecho implica, también la normalización de la persecución y de la suspensión de la libertad. Que es en lo que están y con mucho éxito.

Hay una reflexión de Jaime Mayor Oreja que le escuché por primera vez en aquellos años de movilización antiterrorista del Foro de Ermua y de la Fundación para la Libertad, y que explica también parte de lo que está pasando: los nacionalistas nunca se cansan, insisten permanentemente en sus objetivos, y los constitucionalistas tiran la toalla con mucha facilidad. Y algo de eso ocurre con el relato de la normalización de ETA, que hay una cierta resignación para dar por perdida esta batalla democrática. Que lo es, y muy importante. Pero no solo por las víctimas, y por tantos asesinatos de ETA sin resolver, también por los principios elementales de la democracia y de la libertad que esta normalización pone en cuestión.