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Campeones en paro y sin camareros

Se equivoca este Gobierno, como tantos otros. Ayudar a los desfavorecidos no es subvencionar indiscriminadamente a los vagos

A Julio Camba, cuyo nombre se utiliza tanto en vano, le gustaba hacer uso de la paradoja en sus pequeñas columnas de ABC. Era el rey de esa figura literaria. Por eso solía decir: «Perdone, director, que no he tenido tiempo a escribir más corto». Una buena paradoja resuelve con frecuencia un artículo y hasta lo hace bueno. Sabina, al que le pirran estos juegos, escribió aquello de «corre, me dijo la tortuga» y «atrévete, me dijo el cobarde». Hasta el recordado, y nunca bien valorado, José Luis Alvite, gustaba como pocos del artificio mental que contrasta un hecho con su contradicción: «Era un hombre de paso largo que siempre tomaba un tren de cercanías». Hay todavía quienes quieren imitarlos y están dispuestos a abandonar el dato cierto y objetivo por una frase que se les ocurre ingeniosa y deciden dividir la realidad entre lo divertido y lo aburrido. No pasarán… a la historia, claro. Y más tarde, antes, ahora y en el futuro, está la vulgaridad del día a día: lo prosaico, lo mezquino, pero tan real como la vida misma y como el buen periodismo de verdad, ese forjado a lo largo de los años por profesionales recios, dedicados a contar la realidad sin tapujos ni eufemismos. Ya ven cómo me pongo en las mañanas de los domingos. Es tiempo lento, que se presta a la reflexión más larga, pero que nos sirve para tropezarnos de bruces con hechos tan chocantes como que España lidere la lista de parados de toda la UE y, sin embargo, los empresarios de la construcción, hostelería o panadería, no encuentren entre los jóvenes españoles, y no tan jóvenes, candidatos para ser camareros, cocineros, panaderos, carpinteros, albañiles… Si prestan un poco de atención a esta paradoja de la realidad española, se percatarán de que todos los que se dedican a esos menesteres son de otros países. Algo estamos haciendo mal. Los jóvenes españoles prefieren vivir de la mamandurria de una subvención raquítica y no hacer nada, a trabajar ocho horas al día y ganar con dignidad su propio salario y de esta manera ser más solidario con el resto de la ciudadanía. Se equivoca este Gobierno, como tantos otros. Ayudar a los desfavorecidos no es subvencionar indiscriminadamente a los vagos. Ayudar al débil se hace a través de la generación de riqueza, el principio de igualdad de oportunidades, el trabajo para todos y la recompensa al esforzado. Y si alguien en el camino se tuerce un tobillo y no puede seguir, entonces acudamos en su socorro. Pero no hagamos un país de vagos. Solo así se puede explicar que tengamos más de tres millones de parados y no se encuentren camareros. Una paradoja que Camba sabría esculpir con su estilográfica.