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Agua de timónCarmen Martínez Castro

Queríamos tanto a Boris

Más pronto o más tarde Johnson saldrá de esa residencia oficial que convirtió en una especie de bar clandestino en tiempos de la ley seca

Actualizada 04:03

Los tabloides británicos y las encuestas han sentenciado a Boris Johnson. Los laboristas aventajan en diez puntos al partido conservador y los diputados tories habrán podido comprobar, este fin de semana, el ánimo de sus votantes a propósito de las juergas que se han vivido en la residencia oficial del primer ministro durante la pandemia. Probablemente ya estén en marcha un par de conjuras parlamentarias de esas que los británicos saben tejer de forma magistral para deshacerse de sus líderes. Johnson ha tocado fondo y son mayoría quienes piensan que no llegará a las elecciones locales de mayo.

La sociedad británica se ha escandalizado, con razón, al comprobar que el número 10 de Downing Street se convirtió en un reducto de impunidad y privilegios, un lugar al margen de la ley y por encima de los ciudadanos, en un momento dramático de la vida del país. Los británicos, que han sufrido uno de los confinamientos más severos del mundo, tienen legítimo derecho a pensar que su Gobierno se ha reído de ellos al estar de copas en fiestas privadas, mientras la gente moría sola en los hospitales sin que la familia pudiera acompañarles.

Tienen motivos sobrados para el escándalo o la indignación, pero no para la sorpresa, porque Boris Johnson no ha engañado a nadie, se ha comportado, también, en este asunto como lo que siempre fue: un político atrabiliario, frívolo e irresponsable. Con esos mismos méritos y con la misma falta de respeto por la verdad lideró la campaña por el Brexit, traicionó a Theresa May, que le había hecho miembro de su gabinete, retorció las normas para evitar el control parlamentario de su Gobierno o amenazó a la Unión Europea con incumplir el tratado que él mismo había firmado. Añádanle a esto una de las peores gestiones de la pandemia en todo el mundo o la torpeza a la hora de afrontar el Brexit y sus consecuencias económicas y tendrán el cuadro completo de su labor como primer ministro.

Johnson se presentó ante los ciudadanos como un conservador original, un insobornable antieuropeo de oratoria brillante, pelo revuelto y vida desordenada. Pero también era un político superficial, imprudente y mentiroso. Le han votado por ser así y le han aclamado como líder carismático los mismos que hoy se abochornan ante sus hechos y deploran sus maneras políticas. Más pronto o más tarde Johnson saldrá de esa residencia oficial que convirtió en una especie de bar clandestino en tiempos de la ley seca. Sería deseable que con su salida llegara algo de cordura y de la añorada flema británica a la política de ese país.

De momento los británicos disfrutan de lo que han votado y los demás tenemos una estupenda oportunidad de escarmentar en cabeza ajena. The Economist acaba de publicar un ranking sobre la gestión de la pandemia en los 23 países más ricos del mundo. Solo hay uno que lo haya hecho peor que Reino Unido y ese es España. Pero, a diferencia de los británicos, nuestro primer ministro siempre va muy bien peinado.

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