Juanma Moreno
Hace tres años el PSOE fletó autobuses contra la investidura de Moreno y Pablo Iglesias declaró una «alerta antifascista». Hoy, Andalucía se parece más a California que a la Siberia de cuatro décadas de socialismo y ERE
Hace ahora tres años, un tipo tranquilo, de apariencia algo sosa y con la cabeza mejor amueblada que una mansión cualquiera de Galapagar, se convirtió en presidente de la Junta de Andalucía.
Juanma Moreno fue una especie de Frodo llevando el anillo a Mordor, la oscura Andalucía de un PSOE sistémico cuya gestión, con algunas luces ya remotas, se resumía en el mayor escándalo de corrupción de la historia con esos ERE que aún darán grandes tardes de gloria a Juan Espadas, un alcalde razonable de Sevilla convertido ahora en un insulso títere sanchista.
El dopaje socialista durante casi 40 años de clientelismo no solo le permitió alcanzar y mantener el poder hasta hacerlo endémico, sino que fue decisivo para todas las grandes victorias del PSOE en España: sin aquel granero de votos adulterado, ni Felipe ni Zapatero hubiesen obtenido sus éxitos ni Pedro Sánchez sería secretario general con los avales de Susana Díaz.
El corolario de aquel caciquismo empobrecedor, que regalaba lo justo para sobrevivir a cambio de anular la libertad básica de pensamiento, lo supuso el gasto de dinero público en bares de lucecitas y en farlopa, el síntoma definitivo de una degradación obscena y sin límites: hay que sentirse muy impune para irse de lumis con el dinero de un parado y pasarle la factura al contribuyente.
Pese a eso, el cambio no fue fácil. El PSOE recibió la investidura de Moreno fletando autobuses con dirección al Parlamento andaluz, con similar aprecio por la democracia al mostrado por los amantes de asediar el Parlament de Cataluña para balcanizarlo o los devotos de asaltar el Congreso español para deponer el sistema vigente.
Y Pablo Iglesias, que se cree Garibaldi pero no pasa de garabato, activó en aquel momento su célebre «alerta antifascista», similar en impacto a la de Garzón presentando a los ganaderos como una recua de psicópatas pero idéntica en motivación al golpismo de Largo Caballero en la Asturias de 1934.
Todo eso lo superó Moreno con una estrategia sorprendente: decir y hacer cosas normales, huyendo de extremismos para desinflar, por la vía del estricto sentido común, los alaridos melodramáticos de sus hiperventilados detractores.
Habrá quien eche en falta más mano dura o menos condescendencia, pero desmontar un régimen requiere de bisturí antes que de hacha y nada apacigua más a las bestias que negarse a convertir la política en un safari: los datos de Andalucía, que siempre debió ser California pero algunos la trataron como a Siberia, atestiguan que el camino era el correcto.
Por eso lo que ocurra en Andalucía, cuando haya Elecciones, es especialmente relevante en España: si en Madrid se frenó el 155 político impuesto por Sánchez con un impudor pornográfico, en Andalucía se visualiza la posibilidad de gobernar sin choques de trenes, pulsos feroces y una crispación incompatible con el progreso.
Si Ayuso se defiende a cuchillo es porque la atacan a cuchillo. Moreno lo ha utilizado para untarse un poco de manteca colorá en un desayuno apacible que, en realidad, desmonta como nada a sus rivales y demuestra que hay otras formas posibles de gobernar en España sin instalarse en una eterna trinchera.