Fundado en 1910

Las opciones para echar a Sánchez

Todos tenemos nuestros gustos personales, pero luego existe una realidad tozuda

Francisco Igea, el candidato de Ciudadanos en Castilla y León, es un médico de 57 años, una persona valiosa, que además ha tenido vida profesional fuera de la política. Sin embargo, todo indica que se va a pegar una toña imponente en las elecciones regionales del próximo mes. ¿Por qué? Pues porque se trata de un piloto subido a un coche que no anda. Ciudadanos, la veleta naranja, se encuentra en liquidación por derribo. Por mucho que a alguien le guste ese partido, la verdad es que se trata de una marca llamada a desaparecer, como antes ocurrió con UCD, CDS, UPyD…

Viene esto a cuento de que una cosa son los legítimos gustos políticos particulares de cada cual, lo que a nosotros nos gustaría que ocurriese, y otra las realidades inexorables de una coyuntura concreta. Estamos a algo menos de dos años de las elecciones generales. Si contemplamos la política española con mirada desapasionada, si nos abstraemos por un instante del ruido, habremos de admitir que ya no hay margen para cambiar las inercias actuales. Así que en 2023 solo dos personas tendrán opciones de dormir en la Moncloa: el actual inquilino, Sánchez, o Casado. Guste o no, es así.

Ya, ya… ya estoy imaginando algunos comentarios. Pero no. Abascal puede tener razón en muchas de las cosas que denuncia (sobre todo en su férrea oposición al separatismo y al rodillo mental del «progresismo»), pero los números no dan para hacerlo presidente en 2023. No hay tiempo para que se pueda convertir en el candidato más votado. Además, las elecciones se ganan en los amplios caladeros que gravitan alrededor del centro (por eso Sánchez mintió al público en la campaña de 2019 para aparentar moderación, prometiendo que jamás gobernaría con Podemos y que endurecería las leyes contra el separatismo). Tampoco Yolanda Díaz se impondrá en los comicios de 2023, por supuesto. Es un personaje menor, una burbuja mediática, y su ideario la sitúa en un extremo, lo cual la aleja de los graneros electorales decisivos.

Escucho también una sintonía que está en la calle, que resuena por todas partes. Una hipótesis que se repite en todas las comidas familiares y amicales a las que acudo: si el PP sustituyese a Casado por Ayuso obtendría un resultado mejor. Probablemente sí, pues a día de hoy ella se ha convertido en la estrella del rock de la política española. Posee además una pegada dialéctica superior a la de Casado y confronta con más nitidez la ingeniería social del «progresismo» (aunque algunos analistas electorales señalan que su rendimiento en las urnas en unas generales habría que verlo, porque una cosa es cómo se vota en Madrid y otra en el resto de España). Pero fabular con Ayuso en lugar de Casado supone en este instante otra quimera, un pasatiempo, porque no existe cauce orgánico en los estatutos del PP para relevar al actual presidente del partido en el momento actual (y menos a dos años de las elecciones y cuando previsiblemente los resultados en Castilla y León y Andalucía serán favorables para él). La única vía sería que Casado diese paso a Ayuso motu proprio para que ella se convirtiese en la cabeza de cartel. Pero gestos así no se ven ni en los dibujos animados de Heidi.

Resultado: la liza final será un mano a mano. O gana Casado, o seguimos con Sánchez. Así de sencillo (aunque es cierto también que el PP necesitará del apoyo de Vox para llegar a la Moncloa).

A Génova cabe demandarle un compromiso moral claro y rotundo contra la ingeniería social del progresismo, algo en lo que hoy racanea; un reforzamiento de sus cuadros económicos, con grandes nombres, grandes estudios y grandes ideas, porque vienen años muy duros, empezando por la inflación; y un mayor acercamiento a la realidad de la calle, a las personas que lo pasan mal, lo que los anglosajones llaman un «conservadurismo compasivo». Pero ello no omite que a día de hoy suponga la única vía para echar del poder a Sánchez, agrade o no esa realidad a una parte de la parroquia de la derecha. Por eso resulta singular que el conservadurismo español, sobre todo el mediático, esté hoy más ocupado en zumbarle a Casado que en criticar a Sánchez y su alianza con los separatistas y los post-etarras, trágica para el buen futuro España. Están ocurriendo cosas extrañas a las que se debe prestar atención. Sánchez manda mucho, las cuentas aprietan y ciertas cabeceras de derechas empiezan a girar sutilmente –o no tan sutilmente– hacia el poder monclovita.

En cuanto al pimpampum con Casado, cuando Aznar era jefe de la oposición lo apodaban despectivamente como Charlot (o Charlotín). Nadie daba un duro por él. Luego resultó uno de nuestros presidentes más competentes y firmes. Por su parte, Sánchez era un puro don nadie antes de llegar a la Moncloa y Zapatero, casi una broma… El carisma lo otorga el poder.