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El peso de la historia y la cuestión ucraniana

Sabemos lo que no queremos, pero no sabemos qué hacer

Durante la semana pasada asistimos a la primera fase de la negociación con Rusia sobre el futuro de la seguridad en Europa a propósito de la cuestión ucraniana. En el encuentro bilateral ruso-americano y en las reuniones en la OTAN y en la OSCE las partes se limitaron a presentar sus posiciones de partida, perfectamente incompatibles. Era lo previsible. Ahora veremos si es o no posible avanzar. Los condicionantes están a la vista.

Hace un siglo Ortega y Gasset nos explicó hasta qué punto el ser humano es un ente histórico. «El hombre no tiene naturaleza, lo que tiene es historia». Somos un cúmulo de experiencias y una expectativa de futuro. Pero como no tenemos cabeza para comprender nuestra historia y nos sobran prejuicios para tergiversarla, al final nuestra circunstancia es la percepción de lo acontecido más que su realidad.

Dos hechos históricos sobrevuelan la conciencia de los negociadores occidentales. El primero es el Acuerdo de Múnich, por el que el primer ministro británico Neville Chamberlain creía haber evitado una nueva guerra mundial sacrificando la soberanía checoslovaca. Como Churchill le espetó a su vuelta en la Cámara de los Comunes: «Os dieron a elegir entre el deshonor y la guerra… elegisteis el deshonor, y ahora tendréis la guerra». En la misma lógica la insuficiente respuesta ante la anexión rusa de Abjacia, Osetia del Sur, Donetsk, Lugansk y Crimea ha animado a sus dirigentes a aprovechar la debilidad de la Alianza Atlántica, y en particular de Estados Unidos y Alemania, para presentar este ultimátum desde una posición de fuerza, con un importante contingente militar situado a lo largo de las fronteras. ¿Seguiremos actuando de la misma manera?

El segundo es la crisis de 1962. Rusia comenzó a establecer una base de misiles nucleares en Cuba, con un radio de acción que cubría el sureste de Estados Unidos. Si Estados Unidos desplegaba misiles en la frontera con la Unión Soviética ¿por qué no podía la Unión Soviética hacer lo mismo? El Gobierno norteamericano reaccionó con un bloqueo naval y algunas presiones para, a la postre, tener que ceder y retirar los misiles establecidos en Turquía e Italia a cambio de que Rusia hiciera lo mismo en Cuba. ¿Qué pasaría si Venezuela, Cuba o Nicaragua aceptaran bases semejantes en las próximas semanas?

No queremos el deshonor de hacer concesiones que violen nuestros compromisos, principios o valores, pero tampoco queremos defender a Ucrania, ni tomar medidas que de verdad contengan a Rusia. De hecho, ni siquiera queremos vender armas al Gobierno ucraniano. Tampoco queremos revivir la crisis de 1962, que nos llevaría a tener que aceptar el chantaje ruso, como tuvo que hacer Kennedy. Sabemos lo que no queremos, pero no sabemos qué hacer. La amenaza de sanciones, a la vista de lo ocurrido en casos precedentes, tiene un efecto limitado, tanto por nuestra dependencia energética como por el daño que se infligiría a nuestras propias empresas.