Piojete
Se ha instalado un clima de terror en el ministerio de Napoleonchu o Piojete. Nuestros diplomáticos están en «pasillos», y los comisarios políticos social-comunistas controlan el Ministerio
Hubo un tiempo en el que la diplomacia española , por el nivel de sus embajadores, cónsules y diplomáticos, gozaba de un gran prestigio internacional. Un embajador de España podía ser antipático, pero jamás tonto. La formación de un diplomático era ejemplar y superar las oposiciones, dificilísimo. Siempre hubo algún embajador «político», pero se reservaban la mayoría de las embajadas a los profesionales. Don Antonio Garrigues, liberal y ex Director General en los inicios de la Segunda República, fue Embajador de España en las postrimerías del Régimen del General Franco en Washington y la Santa Sede. Negociar con el Pentágono era un juego de niños comparado con alcanzar acuerdos con los Cardenales.
La relación de grandes diplomáticos españoles es tan extensa como luminosa. Y fueron diplomáticos de carrera, sin alcanzar la máxima responsabilidad de una embajada, genios culturales como Edgar Neville y Agustín de Foxá. Edgar recibió un día el esperado telegrama del Subsecretario de turno. «Me complace comunicarle que por decisión del Señor Ministro ha sido Vuestra Ilustrísima destinado a la Embajada de España en Tegucigalpa». La respuesta de Edgar Neville no se hizo esperar:
«Acepto con gran ilusión y ruego traslade al Señor Ministro la confianza depositada en mí designándome Secretario de Primera en la Embajada de España en Tegucigalpa. Sólo preciso de una aclaración. ¿Dónde coños queda eso?». Foxá, «el lujo de la Carrera» fue citado por el ministro, Alberto Martín-Artajo.
–Agustín, te mando a Manila.
– Si tú lo ordenas, iré a Manila. Los diplomáticos somos como los misioneros. Pero quiero advertirte, como amigo, que me mandas a la muerte. Con mis problemas respiratorios no soportaré el calor y la humedad de Manila.
–Lo soportarás si dejas de fumar… y de beber.
Foxá ya había publicado su poemario Del Almendro y la Espada y le envió al Ministro, con una cariñosa dedicatoria, un poema asombroso referido a la muerte, La Melancolía del Desaparecer.
Aún surgirán mañanas luminosas,
Que bajo un cielo azul, la primavera
Indiferente a mi mansión postrera
Encarnará en la seda de las rosas.
Y pensar que, desnuda, azul, lasciva,
Sobre mis huesos danzará la vida,
Y que habrá nuevos cielos de escarlata,
Bañados por la luz del sol poniente,
Y noches llenas de esa luz de plata
Que inundaba mi vieja serenata
Cuando aún cantaba Dios bajo mi frente.
Y pensar que no puedo en mi egoísmo,
Llevarme al sol ni al cielo en mi mortaja.
Que he de marchar yo sólo hacia el abismo,
Y que la luna brillará lo mismo
Y ya no la veré desde mi caja.
A los pocos meses, Foxá volvió a España, agonizante. Del aeropuerto al hospital. Frío de enero. Le pidió al conductor de la ambulancia que abriera la ventana.
–Por favor, quiero sentir por última vez el frío azul del Guadarrama.
Hoy resulta imposible buscar tanta grandeza. Ramón Pérez-Maura nos reveló días atrás que al ministro de Asuntos Exteriores de Sánchez, el histérico y muy mal educado José Manuel Albares, se le conoce en el Ministerio de Exteriores por Napoleonchu. También por Piojete, porque es pequeño, molesto, inoportuno y pica. Todo tiene que pasar por sus manos y su nefasta educación. Las embajadas están en manos de políticos –Rodríguez Uribes en la Unesco, la infumable Celáa en el Vaticano–, o por diplomáticos que representan más al PSOE que a España.
En manos de un sectario impertinente e irascible están nuestras relaciones exteriores. Una de las más importantes, con Marruecos, no se ha repuesto todavía después de la gamberrada de acoger a Gali, el delincuente dirigente del Frente Polisario, y la respuesta invasora de miles de marroquíes a Ceuta y Melilla. Lo que sí ha hecho es colocar a Irene Lozano, la negra de Sánchez, al frente de la Casa Árabe.
Se ha instalado un clima de terror en el ministerio de Napoleonchu o Piojete. Nuestros diplomáticos están en «pasillos», y los comisarios políticos social-comunistas controlan el Ministerio.
Lo que antes era un lujo de España se ha convertido en un espacio tabernario.