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Está muy claro: no soportan la libertad

La reacción de la izquierda española censurando una campaña a favor del derecho a la vida refleja su preocupante querencia autoritaria

Como advierte el Evangelio de Mateo, ninguno conocemos el día ni la hora. A la parca le gustan las sorpresas. Pero para mantener el ánimo en el día a día jugamos a ignorar la existencia del temible telón (por eso cada vez se esconde más a los difuntos y por eso algunos tanatorios comparten arquitectura con los bingos). Mi esperanza es deambular por aquí abajo al menos unos veintitantos años más. Si se cumple ese desiderátum y no casco antes, estoy seguro de que acabaré contemplando un giro en la mentalidad mundial sobre el aborto. Mi convicción es que en el futuro se acabará considerando como lo que es: una barbaridad, que extrañamente había sido tolerada durante un tiempo (y hasta jaleada desde algunos poderes públicos). De hecho, la corriente provida está ganando ya terreno en algunos países, incluido el que todavía es el primero del orbe, Estados Unidos.

Las dos grandes posturas ante el aborto son bien conocidas. La «progresista» sostiene que la mujer debe ostentar un imperio absoluto sobre su cuerpo, lo que incluye al nasciturus. Por lo tanto, es libre de eliminar a ese feto si así lo considera (dicho sin eufemismos: de recurrir a un «sanitario» para que lo mate). La posición contraria mantiene que el embrión humano tiene un derecho a la vida inalienable, que está por encima de los deseos y derechos particulares de la propia madre. El Papa Francisco, que muchas veces habla con ese sentido común inapelable que distingue a los buenos párrocos, lo ha explicado de manera cristalina: «¿Es justo suprimir una vida humana para resolver un problema? ¿Cómo puede ser terapéutico, civil o simplemente humano un acto que suprime en su inicio una vida inocente e indefensa?». Ello no es óbice para que el Papa haya pedido también «misericordia para la mujer que tuvo que abortar».

Personalmente, y como ha dicho también alguna vez el propio Francisco, me parece que la perversidad del aborto es tan evidente que incluso va más allá de consideraciones religiosas. Cualquier persona con la conciencia y el corazón en su sitio que vea la ecografía de un feto sabe en su fuero interno que matarlo es inadmisible (la precisión de las imágenes actuales es abrumadora, inapelable). Por ello defender el derecho a la vida y oponerse al aborto no parece ninguna extravagancia, sino más bien la conclusión a la que llegará toda persona que analice este problema con honradez y sin orejeras ideológicas.

En España padecemos ahora mismo un Gobierno que carece de habilidades para gestionar los importantes problemas cotidianos. Para encubrir esa limitación han abrazado la ingeniería social, en la que incluyen una fascinación morbosa por fomentar la subcultura de la muerte (el aborto y la eutanasia). Fanáticos como Irene Montero están llegando al extremo de intentar controlar y acosar a los médicos objetores. Podemos y PSOE preparan además una ley que pretende sancionar hasta con pena de cárcel a las personas que recen frente a las clínicas abortistas, o salgan a la calle en defensa de la vida. Ante tales amenazas, la Asociación Católica de Propagandistas (ACdP) ha lanzado una campaña en las marquesinas de varias ciudades españolas con el siguiente lema: «Rezar frente a una clínica abortista está genial».

Lógicamente, el «progresismo» obsesionado en celebrar el aborto como si fuese un triunfo y un avance, se va a sentir molesto con ese mensaje. Eso se da por descontado. Y por supuesto están en su derecho a expresar un punto de vista contrario a ese lema y lo que representa, pues para eso vivimos en un régimen de libertades. Pero lo que ha ocurrido es que la izquierda gobernante en algunas ciudades directamente ha censurado los carteles de la ACdP y los ha retirado. Y eso es intolerable. Supone machacar la libertad de expresión, una de las columnas que permiten calificar un sistema político como democracia.

Lo que ocurre aquí es bien fácil de diagnosticar: no les gusta la libertad. Albergan una profunda veta autoritaria. Al derecho a expresarse libremente le ponen un límite: que lo que se diga no moleste a la izquierda. Y ese resabio dictatorial va ganando terreno. Día a día. Paso a paso. Ley a ley. 

O espabilamos, o acabarán birlándonos la democracia. Si en España, donde se jalea a sicarios etarra impunemente, ya no se puede hacer una campaña pública en favor de la vida; este país tiene un serio problema. 

(PD: el PP, que está en disposición de volver al poder, debería empezar a preocuparse por estas cuestiones y sacudirse sus complejos ante el «progresismo social» de la izquierda. Una gestión aseada no lo es todo).