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Dónde está Europa

Ni el problema es Ucrania ni la respuesta son las sanciones. Rusia busca revertir las consecuencias de la desintegración de la Unión Soviética y lo hace cuando nuestra debilidad y falta de visión lo hace viable a un coste aceptable

Cuando hace algo más de medio año el presidente Biden realizó una celebrada gira por Europa una de las ideas que más claramente repitió a sus interlocutores fue que la gestión de las relaciones con Rusia, sin duda problemáticas, debía recaer sobre los hombros europeos, pues Estados Unidos debía concentrarse en la contención de la amenaza más seria para el orden liberal: China. Reza el dicho popular que «el hombre propone y Dios dispone». Dejando a un lado toda consideración sobre el carácter providencial del comportamiento de la Rusia de Putin, resulta evidente que el deseo de Biden no ha podido hacerse realidad. En esta ocasión no ha sido por falta de interés europeo sino porque lo que Rusia busca tiene que ver con la presencia norteamericana en Europa y no con la seguridad europea en sentido estricto.

Europa no es un problema para Rusia. Su desunión, incoherencia e intrínseca debilidad es mucho más de lo que sus dirigentes podrían desear. El espectáculo de los dos últimos gobiernos alemanes es un buen ejemplo de ello. Rusia no teme a Europa, sólo le preocupa el «vínculo atlántico», el compromiso estadounidense con la seguridad del Viejo Continente recogido en el Tratado de Washington de 1949, fundamento de la Alianza Atlántica.

Tras demostrar músculo militar y disposición a utilizarlo, la diplomacia rusa presentó dos documentos exponiendo sus exigencias, que poco tenían que ver con Ucrania. De manera resumida, Rusia exige a Estados Unidos que retire su armamento nuclear del escenario europeo; que se comprometa a que la Alianza Atlántica no incorporará ningún nuevo miembro que haya formado parte de la Unión Soviética y que no instalará bases militares en esos estados ni en cualquier otro que haya formado parte del bloque comunista. Además, plantea nuevos acuerdos de control de armas.

Rusia propone una negociación a Estados Unidos y a la OTAN, en la medida en que esta organización es la expresión del vínculo de la potencia americana con Europa. Los euro-peos se han sentido ofendidos por no haber sido invitados y han planteado algunas iniciativas, que parecen tener en común no entender de qué va la negociación. Quieren, que-remos, hablar de Ucrania, cuando la amenaza a este estado es puramente instrumental. Lo que está en juego es el papel de Estados Unidos en la seguridad europea.

Si ni siquiera somos capaces de ponernos de acuerdo sobre qué sanciones aplicar en el caso de un acto de fuerza contra Ucrania, si el canciller alemán alerta del daño que a nuestras empresas podría producir, siempre en la hipótesis de que Rusia se dejara intimidar por las supuestas sanciones… El Régimen de Franco no se inmutó cuando se le aplicaron, tampoco el castrista, ni el iraní, ni el ruso, ni el chino… ¿De verdad alguien cree que el Gobierno de Putin, que lleva meses preparando la operación, valorando pros y contras, va a reconsiderar la operación por estas amenazas?

Ni el problema es Ucrania ni la respuesta son las sanciones. Rusia busca revertir las consecuencias de la desintegración de la Unión Soviética y lo hace cuando nuestra debilidad y falta de visión lo hace viable a un coste aceptable.