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Albares, el mozo de Sánchez

El ministro de Exteriores va pidiendo a la derecha el apoyo que ya tiene en Rusia, pero se calla ante el desprecio de su socio, más cómodo con ETA que con la OTAN

Albares es el señor bajito que aparecía en la foto iniciática del sanchismo, aquella que sacaba a Pedrito en el Falcon con unas gafas de sol que le permitían traspasar objetos con sus superpoderes sociales y le protegían, a la vez, de la kryptonita franquista.

Luego vinieron otros posados mejores que el veraniego de Ana Obregón, muchos de ellos copiados por Iván Redondo de una serie americana que creía haber visto solo él o basadas en hechos reales, generalmente protagonizados por Juanito Kennedy o Justino Trudeau, el presidente canadiense con nombre de taberna en Lepe y falto de un aire.

Vimos así a Pedrito entrelazando las manos para salvar a la Humanidad; a Pedrito correteando por los jardines de Moncloa a la mitad de velocidad que Forrest Gump, a Pedrito en su despacho saludando a un niño en ausencia del Defensor del Menor; a Pedrito paseando a un chucho con cara de Rintintín y, ahora, a Pedrito llamando al teléfono de información frenopática con cara de estar aleccionando a Pepe Biden.

En Aguiño, el último trozo de tierra del Barbanza gallego antes de mecerse Galicia en el mar, al más listo del pueblo le ponen a telefonear a sus novias ficticias con un móvil apagado, en largas conversaciones que lo mismo dirimen futuros matrimonios que proyectan el AVE entre O Grove y Ribeira para transportar mejor a las meretrices de un lado a otro de la ría y facilitar con ello tan discutible afición a los lugareños con más tragaderas.

El bueno de Vilela es capaz de mantener la conferencia durante media hora, con una soltura que empequeñecería al Michael Douglas del Método Kominsky y dejaría al actor’s studios al nivel de una academia de barrio.

Solo Sánchez mejora esto en prestaciones, y a su lado estaba Albares, que suena a Álvarez con las ínfulas necesarias para ejercer con dignidad de mozo de heces de su Rey.

Ese trabajo, consistente en lo que su nombre indica, gozaba de un amplio prestigio en tiempos de Enrique VIII, al entenderse como un privilegio alcanzar el grado de confianza indispensable para pulir y dar cera al monárquico hojarascal. Los Albares que lo lograban, y sus familias, eran admirados por ello.

El chico del taburete, que era el trono donde el jefe echaba lo más grande, compareció 24 horas antes de que Sánchez se quedara sin saldo en el móvil y no pudiera llamar a Casado, para reclamarle al Congreso un respaldo cerrado a la serie de fantásticas aventuras emprendidas en Ucrania por su patrón. Y lo obtuvo.

En concreto de toda la derecha nacional e incluso de la vasca, con ese PNV que compite en estos momentos con Ciudadanos por ver quién llama más la atención para evitar su ostracismo.

Si Arrimadas comparece con un loro en el hombro para que se fijen en su desesperado intento de apoyar la reforma laboral que al menos encarecerá su inminente despido; Ortúzar y Urkullu no pasan diez minutos sin hacer el pino puente para que Sánchez se entere de que, como siga dándose besitos con Otegi, son capaces de afiliarse a la Falange.

Entonces, ¿a quién se dirige Albares y por qué en el Congreso? En la víspera tuvo Consejo de Ministros, protegido por un paraguas de deliberaciones secretas. Y es allí donde pudo pedirle eso mismo a su socio, ese que siente más cercanía con ETA que con la OTAN.

Pero no consta que dijera o consiguiera nada, de lo que podemos deducir una conclusión final: España tiene un ministro de Exteriores incapaz de poner orden en sus interiores y un presidente al que solo le preocupa llevar el trasero resplandeciente.

No le faltan Albares para sacarle brillo, aunque sea al precio de conocer que a uno solo le importa salvar el culo y al otro limpiárselo. Aunque se crean Gerald Ford y Henry Kissinger, a duras penas llegan al Dúo Sacapuntas.