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Ninguneado por Biden y se ríe de nosotros

Estoy seguro de que Sánchez quiso emular a Gila en ese vídeo y reírse de todos nosotros tras comprobar que no podía tomarse en serio un guion que parecía copiado de una chirigota del carnaval de Cádiz 

Mucho se ha escrito y hablado sobre el vídeo difundido por Moncloa con Pedro Sánchez «siguiendo muy de cerca la situación de Ucrania». Escritos y comentarios, críticos y sobre todo irónicos, acerca de la puesta en escena de Sánchez supuestamente hablando por teléfono mientras mira fijamente a cámara de forma arrebatadora, turbadora y penetrante, más propia de un «galansote» de telenovela barata interesado en cautivar a la audiencia femenina, que de un político preocupado por la crisis prebélica que teóricamente estaba lidiando a telefonazo limpio. Posado, por cierto, que nos revela una vez más la personalidad egocéntrica y narcisista de un sujeto pagado de sí mismo que no necesita abuela que le pondere. 

La perfomance, se ha dicho, fue ridícula y el presidente del Gobierno, con su sobreactuación, lejos de transmitir compromiso y liderazgo ante la inquietante situación generada por Rusia en la frontera de Ucrania, consiguió un documento gráfico grotesco y risible. Sin embargo apenas se reparó en la camisa de tono rojizo que vestía y me barrunto que no la eligió al azar. En fondo y forma, Sánchez quiso imitar a Gila. Sí, al brillante humorista Miguel Gila quien solía actuar con una camisa roja durante sus aplaudidos sketches, pegado a un teléfono, como el que pedía hablar con el enemigo. Estoy seguro de que Sánchez quiso emular a Gila en ese vídeo y reírse de todos nosotros tras comprobar que no podía tomarse en serio un guion que parecía copiado de una chirigota del carnaval de Cádiz con triunfo de apoteosis en el teatro Falla.

Solo así, convencido de tener un presidente de Gobierno con una vis cómica desconocida hasta ahora, capaz de reírse de sí mismo y candonguearse de todos nosotros, puede explicarse el nulo sentido del ridículo e impudor con el que posó en el Falcon imitando a Tom Cruise en Top Gun o el pasado fin de semana al mismísimo John Kennedy en el despacho oval mientras seguía la crisis de los misiles en Cuba.

A diferencia del resto de españoles, mayoritariamente condicionados por un ancestral miedo a hacer el ridículo y perder la compostura en público, Pedro Sánchez no tiene vergüenza ni pudor alguno. Le importan un pito el qué dirán y los «memes» que le presentan como un político nada influyente y ninguneado (ignorado) por Biden una y otra vez, a pesar de los esfuerzos de la entusiasta propaganda monclovita, cuyo gasto ha aumentado más de un 30 % con el «sanchismo», para hacernos creer todo lo contrario.

Esta crisis generada por Rusia demuestra hasta la fecha que Sánchez pinta menos que un «tieso» en Wall Street y evidencia el peso irrelevante de su poco fiable gobierno social comunista en Washington y en el concierto internacional. Consecuencia de ello es la debilidad que proyecta España fronteras afuera y de la que se aprovecha Marruecos, sin ir más lejos. Aún así, Sánchez y su gabinete seguirán produciendo desde la factoría audiovisual de Moncloa nuevos vídeos con realidades impostadas cuya influencia en la opinión pública será tan irrisoria e intrascendente como el que nos ocupa de la crisis ruso-ucraniana y que me recuerda una divertida anécdota periodística relacionada con los editoriales del diario franquista Arriba contra la extinta Unión Soviética. Al parecer, el colega encargado de escribirlos, antes de ponerse manos a la obra delante de la Olivetti o de la Remington, se arremangaba la camisa y a voz en grito, audible en toda la redacción, proclamaba la siguiente amenaza: «Que tiemble el Kremlin. Se van a enterar en Moscú» y se ponía a escribir. Por descontado que jamás tembló el Soviet Supremo, ni se estremeció nunca la momia de Lenin.

Nota aclaratoria: «tieso» es la expresión popular que se emplea en parte de mi querida Andalucía para definir a una persona que no tiene dinero.